Sales, deambulas por calles demasiado iluminadas. Subes de nuevo a tu cuarto, te desvistes, te deslizas en las sábanas, apagas la luz, cierras los ojos. Es la hora en la que mujeres de ensueño que se desvisten demasiado rápido se aglomeran a tu alrededor, es la hora en la que aturden los libros que has leído cien veces, en la que das vueltas y vueltas sin conciliar el sueño. Es la hora en la que, con los ojos abiertos como platos en la oscuridad, con la mano tanteando al pie del banco estrecho en busca de un cenicero, de cerillos, de un último cigarrillo, calibras con calma la amplitud de tu malestar.
"Un hombre que duerme", Georges Perec