jueves, mayo 21, 2009

Plataforma al frío

En un intento de vencer a la muerte el hombre ha estado inevitablemente obligado a vencer la vida, pues las dos están inextricablemente relacionadas. La vida se mueve hacia la muerte, y negar una es negar la otra.
Henry Miller

La constante interrogante acompañada de juicio de los aún vivos, los siempre vivos. Injusto ese juicio al que se enfrentan los suicidados que ya no se pueden defender por propia boca. Los vivos sobrevaloran lo único que tienen, por temor o ignorancia, o ninguna de las anteriores, el ser en vida suele carecer de interés profundo a rechazar lo único de lo que cree tener control, la única decisión que puede hacer, o sí, tal vez, la mejor huida de una deuda bancaria o una enfermedad terminal. Algunos los acusan de evadir la realidad, cuando son los que en determinado momento puedan sentir más sed de descifrar lo que esto significa; las engañosas estadísticas aunadas a la confusa ficción, los matizan entre jóvenes en desamor o ciudadanos de países súper desarrollados que tienen garantizado un subsistir cómodo; es decir: cada suicida es su propio tipo de suicida, esto no los hace particularmente especiales, seguramente vuela por ahí más de una tesis que encuentre sus coincidencias, interesantes seguramente. Aunque igual o más interesante son sus variaciones. Desde el tipo que se dejó llevar por la desazón y se bajó por la garganta una botella de Drano, hasta Jorge Cuesta y su fin en Tlalpan, pasando por un sinnúmero de celebridades, desconocidos, jóvenes, viejos, hombres, mujeres y sobre todo: razones. Los suicidas no sólo escapan sino que prevén, como George Eastman Kodak, que en su nota de despedida escribió ‘Mi trabajo se ha hecho ¿Por qué esperar?’ aunque murió viejo, lo cual hace que su nota haya perdido fuerza. Otro tipo es el que se devota a un lento proceso deliberado, lento en comparación con el tiempo de diferencia entre el techo y el suelo, pero igual acelerado y sobre todo, deliberado, que es lo que sigue convirtiéndolo en suicidio. De este tipo hay los que prefieren el trago, otros el humo, otros cuantos cosas más fuertes y otros de plano una combinación alternada de todo, a veces esta variedad parece apostarle a la sonrisa efímera en el proceso, a veces todo lo contrario. Lo que también es cierto es que al suicida se le ha sobrevalorado, por la simple razón de que comete algo que en el fondo cualquiera llega a considerar, aunque no siempre lo acepte. Es comprensible pues, ponerle altares al que murió románticamente con la escopeta en la boca o las venas derramadas, de ser posible, en una bañera por eso de la estética. Altares de otro tipo, le otorga Roberto Bolaño a algunos suicidas latinoamericanos:
…tenemos suicidas ejemplares. Pienso en Violeta Parra, que compuso algunas de las mejores canciones de nuestro continente y […] se descerrajó un balazo junto a la carpa en donde cada noche cantaba y aullaba. Pienso en Alfonsina Sorni, la mujer más talentosa de Argentina, que se ahogó en el Río de la Plata. Pienso en Jorge Cuesta, escritor mexicano y homosexual, que antes de meter la cabeza en una bolsa, se enmasculó y clavó sus testículos en la puerta de su dormitorio, como un último regalo no correspondido. Estos suicidas ejemplares y sus hermanos gemelos, los que permanecen bajo la tormenta (entre otras cosas no porque les guste permanecer allí sino porque no tienen otro sitio adonde ir), hacen pensar que no todo está perdido, como la ola de neoliberalismo y el nuevo rebrote clerical pretenden elevar a categoría de dogma…a los innumerables asesinados por la represión hay que añadir a los suicidados por la razón, a favor de la razón, que es también el lugar donde vive el humor.
Para el Estado es la pregunta sin resolver, las letras más pequeñas del contrato que con asterisco evidencian las grietas del sistema jurídico: no sabemos que hacer con los suicidas por que no podemos castigarlos. Sin embargo legalmente sigue siendo un homicidio, de ahí lo absurdo como una ley antitabaco que parece decir ‘incluso le prohibimos matarse’. Por supuesto que al suicida poco o menos le importa que le prohíban sus planes. Los propios grupos humanos son suicidas que, como a los políticos, soplones y policías mexicanos: los suicidan, sólo que a los bloques de civilización humana los va suicidando el tiempo. Para considerarlo es necesaria una especie de alegórica comparación, pues en otras especies animales existen casos de suicidios masivos, hay registro de sesenta ballenas estrellándose contra las rocas con singular movimiento de apariencia voluntaria, una especie de brinquito que da el que se hace un nudo para meter el cuello pero con otros cincuenta y nueve simultáneamente; en la categoría individual (la más recurrente entre los nuestros) existen casos mitificables y mitificados, como los hipocampos o caballitos de mar, que se dejan morir cuando su pareja los deja, o una especie de cóndor monógamo que se deja caer desde las alturas cuando muere su pareja. Aunque difícil de creer, existe una extensa cantidad de casos de mascotas que se dejan morir ante la pérdida de un ser cercano, como el perro al que le hicieron una estatua frente a un cementerio en Edimburgo, que al morir su dueño, lo siguió a la lápida y se dejó morir a su lado.
El suicidado será siempre una interrogante para el que se queda, como la madre soltera que espera por su esposo que salió a comprar cigarros hace treinta años, el vivo se cuestiona si el que se adelantó recibirá su castigo en el otro mundo que teme pero ansía ver, o sobre todo, teme pero ansía creer en él. Resulta natural pensar en la capacidad de suicidio en otras especies, al fin y al cabo es relativamente fácil pensar en un mayor tormento y desesperanza de un perro callejero en Yucatán o un chimpancé de circo. Basta con menos de lo que aparenta para convencer a cualquier vecino de que la vida es de repuesto, común y sobrevalorada, y tal vez podría costar lo mismo o menos convencer al suicida en potencia de lo contrario, y ésta puede que sea la razón de la congoja de sus familiares cercanos al que, posiblemente, le guarden mucho rencor u odio, igual comprensible. No obstante mucho más ensalzado que el común panegírico que Julio Torri atribuyó a la oratoria fúnebre. Esto refiere a otra de las pocas garantías del suicidado, se le convierte en una especie de leyenda, la muerte poco ortodoxa, esto puede variar si uno vive en una época en la que el suicidio esta en boga, en ese caso seguramente será mayor leyenda el que fue partido por un rayo.
Como sea, el suicidio suele ir cargado de una lección, de una metáfora o ironía, si bien logrado el hecho puede tener un significado, es una muerte particular que deja más de lo que deja una común y corriente, una natural. Aunque, si se es lo suficientemente quisquilloso, cualquier muerte puede incluir algún buen significado. He ahí lo complejo del suicidio, he ahí lo vital y necesario que resulta a un sistema de vida basado en la muerte, he ahí la importancia de que el oro no es oro, sino una piedra que lleva el fluir del río.
.saludos