viernes, marzo 14, 2014

Administrador del conocimiento

Como no existía un nombre para el puesto que ocupo, o al menos nadie me lo dijo, decidí inventármelo, y ahora firmo los mails oficiales como < < administrador del conocimiento > > del museo. Saqué la idea de un anuncio espectacular que se levanta sobre el Periférico promocionando las nuevas licenciaturas de una universidad privada. Una de ellas se llama así, precisamente: Administrador del conocimiento. Me encantó: sentí que expresaba mis convicciones más íntimas: ya con lo que se sabe sobre el mundo es más que suficiente, creo. Ahora lo que procede es administrar ese saber de forma tal que la gente sea feliz, que no se sienta constante e irremediablemente desgraciada.
         Yo no soy especialmente feliz. Y además creo que nunca estudiaría esa carrera. De hecho nunca estudiaría ninguna carrera. De hecho, nunca estudié ninguna carrera. Al menos no de cabo a rabo. Pasé casi cuatro semestres, es verdad, inscrito en Letras Inglesas, pero un profundo rechazo hacia el entusiasmo universitario me hizo desistir a tiempo, justo antes de que, abducido por uno de esos diligentes alumnos que opinan sobre cualquier tema, me convenciese de las ventajas de afiliarme a un grupo específico de estudios, dispuesto a destazar, durante años, el mismo, idéntico fragmento de una novela del siglo XIX.

En medio de extrañas víctimas
- Daniel Saldaña París

lunes, marzo 10, 2014

Llamado por los malos poetas

Se necesitan malos poetas.
Buenas personas, pero poetas 
malos. Dos, cien, mil malos poetas 
se necesitan más para que estallen 
las diez mil flores del poema. 
  
Que en ellos viva la poesía, 
la innecesaria, la fútil, la sutil 
poesía imprescindible. O la in- 
versa: la poesía necesaria, 
la prescindible para vivir. 
  
Que florezcan diez maos en el pantano 
y en la barranca un Ele, un Juan, 
un Gelman como elefante entero de cristal roto, 
o un Rojas roto, mendigando 
a la Reina de España. 
  
(Ahora España 
ha vuelto a ser un reino y tiene Reina, 
y Rey del reino. España es un tablero 
de alfiles politizados y peones 
recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego). 
  
Y aquí hay torres de goma, alfiles 
politizados y damas policiales 
vigilando la casa. 
  
A la caza del hombre, 
por hambre, corren todos, saltan 
de la cuadrícula y son comidos. 
  
Todo eso abunda: faltan los poetas, 
los mil, los diez mil malos, cada uno 
armado con su libro de mierda. Faltan, 
sus ensayitos y sus novela en preparación. 
Ah.. y los curricola, 
y sus diez mil applys nos faltan. 
  
No es la muerte del hombre, es una gran ausencia 
humana de malos poetas. Que florezcan 
cien millones de tentativas abortadas, 
relecturas, incordios, 
folios de cartulina, ilustraciones 
de gente amiga, cenas 
con gente amiga, exégesis, escolios, 
tiempo perdido como todo. 
  
Se necesitan poetas gay, poetas 
lesbianas, poetas 
consagrados a la cuestión del género, 
poetas que canten al hambre, al hombre, 
al nombre de su barrio, al arte y a la industria, 
a la estabilidad de las instituciones, 
a la mancha de ozono, al agujero 
de la revolución, al tajo agrio 
de las mujeres, al latido 
inaudible del pentium y a la guerra 
entendida como continuidad de la política, 
del comercio, 
del ocio de escribir. 
  
Se necesitan Betos, Titos, Carlos 
que escriban poemas. Alejandras y Marthas 
que escriban. Nombres para poetas, 
anagramas, seudónimos y contraseñas 
para el chat room del verso se necesitan. 
  
Una poesía aquí del cirujeo en la veredas. 
Una poesía aquí de la mendicidad en las instituciones. 
Una poesía de los salones de lectura de versos. 
  
Una poesía por las calles (venid a ver 
los versos por las calles...) 
  
Una poesía cosmopolita (subid a ver 
los versos por la web...). 
  
Una poesía del amor aggiornado (bajad a ver 
poesía en el pesebre del amor...) 
  
Una poesía explosiva: etarra, ética, 
poéticamente equivocada. 
  
En los papeles, en los canales 
culturales de cable, en las pantallas 
y en los monitores, en las antologías y en revistas 
y en libros y en emisiones clandestinas 
de frecuencia modulada se buscan 
poetas y más malos poetas: 
grandes poetas celebrados pequeños, 
poetas notorios, plumas iluminadas, 
hombres nimios, miméticos, 
deteriorados por el alcohol, 
descerebrados por la droga, 
hipnotizados por el sexo 
idiotizados por el rock, 
odiados, amados por la gente aquí. 
  
En las habitaciones se buscan. 
En un bar, en los flippers, 
en los minutos de descanso de la oficina, 
entre dos clases de gramática, 
en clase media, en barrios 
vigilados se buscan. 
  
¿Habrá en la tropa? 
¿En los balnearios, en los baños 
públicos que han comenzado a construir? 
¿En los certámenes de versos? 
¿En los torneos de minifútbol? 
¿Bajo el sol quieto? 
¿A solas con su lengua? 
¿A solas con una idea repetitiva? 
¿Con gente? 
¿Sin amor? 
  
No es el fin de la historia, es 
el comienzo de la histeria lingual. 
  
Todo comienza y nace de una necesidad fraguada en la lengua. 
Falsifiquemos el deseo: 
Te necesito nene. 
Para empezar te necesito. 
Para necesitar, te pido 
ese minuto de poesía que necesito, necio: 
quisiera ver si me devuelves el ritmo de un mal poema, 
que me acaricies con sus ripios, 
que me turbes la mente con otra idea banal, 
y que me bañes todo con la trivialidad del medio. 
  
Y en medio del camino, en el comienzo 
de la comedia terrenal, quiero vivir 
la necedad y la necesidad 
de un sentimiento falso. 
  
Se necesitan nuevos sentimientos, 
nuevos pensamientos imbéciles, nuevas 
propuestas para el cambio, causas 
para temer, para tener, 
aquí en el sur. 
  
Y arriba España es un panal 
de hormigas orientales: 
rumanas, tunecinos, 
suecas a la sombra de un Rey. 
  
Riámonos del Rey. 
De su fealdad. 
De su fatalidad. 
De Su Graciosa Realidad. 
La realidad es un ensueño compartido. 
La realidad de España 
es su filosa lengua pronunciando la eñe 
y su mojada espada pronunciando el orden 
del capital y la sintaxis. 
  
¡Ay, lengua: 
aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu ingle, 
suturada de chips, y cubre 
nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas...!

Rodolfo Fogwill

vía Barbas poéticas