martes, diciembre 20, 2011

A pesar del oscuro silencio

Te escribo esta carta aunque sé que no vas a leerla. Quizá por eso mismo me atreva a desafiar el silencio de nueva cuenta; por un momento me regocijé pensando que no tendría que volver  a someterme a esa tortura, que una pluma no estaría otra vez en mis dedos para verter insípidas gotas de tinta, pero no soy capaz de escapar al delirio. No comprendo qué absurda manía me lleva a calicnarme con mis propias - ahora desgastadas - palabras. No resisto, como si no fuese yo sino otro quien dicta estas líneas de dolor y sangre. Dios mío, cómo desearía poder decirle esto a alguien - inclusi a ti - en lugar de tener que escribirlo. En verdad nada destruye como la escritura: aniquila la realidad cuando cree preservarla, la inmoviliza y agota cuando intenta rescatarla del olvido y el tránsito. El sentido del mundo está en caminar, en el movimiento, en el cambio: fue hecho sólo para deslizarse en instantes irrecuperables, para nacer y morir en un parpadeo. En cambio la literarura, falaz remedo de la memoria, está paralítica; formada a base de insatisfacciones, no resucita a nadie. Como el amor, desde el inicio se encuentra condenada al fracaso. Lástima que lo descubriera tan tarde; ahora, aun sabiendo que es inútil, que por ella me condeno, no logro evitarla. Te escribo porque he decidido lanzarme al vacío: al menos en este caso no me atrapa la inercia. Será el único acto digno de mi vida: despeñarme libremente, arrostrando la responsabilidad. Lo peor es que te escribo y ni siquiera sé si te conozco. ¿Te amé? ¿A quién amamos? No a las personas, sin duda, sino a sus imágenes, las nebulosas siluetas que hacemos de ellas: a sus residuos. A fin de cuentas - el dolor lo prueba - sólo existimos para quienes nos aman o nos odian. Por desgracia esa temible existencia que nos otorgan los otros no se parece a nuestra amargura. De ahí que el amor más profundo sea el que tiene por objeto a un desconocido; así lo poseemos sin decepcionarnos de la idea que tenemos de él comparada con su cuerpo. Cuando convivimos con el ser amado, cuando lo vemos a diario, cuando somos capaces de adivinar sus pensamientos, el amor se desvanece y nos damos cuenta de que el otro no ha sido más que un pretexto. Pero no me importa, a estas alturas me da igual que seas una invención mía y no vayas a leer esta carta: de cualquier modo voy a escribírtela. Que el azar me pruebe en este viaje absurdo, yo probaré en él mi suerte. Muy poco me resta de ti: apenas una remembranza amarga, un espasmo, jamás una mirada, una palabra, una caricia tuya. Todo se desvaneció; ni siquiera tu nombre significa algo, pues, ¿a cuál de tus figuras, estados de ánimo, sentimientos he de dirigirme? ¿Cuál de todos esos ojos, mejillas, llantos, insultos eres tú? Sólo sé que, pese a la irracionalidad que entraña, te amo intensamente, mi destino depende de un murmullo de tus labios, de una seña de tu mano. Es la paradoja: no puedo dejar de decirte ya nada. Nada puede hacer que te oculte lo que por ti y para ti es en mí. Nada me puede contener, ni el temor de herirte; te hiero en mí, yo sangro más que tú, yo sufro más, pero es necesario. Estoy poseído esta vez, nada mío puede negar a lo que me posee; me posee el amor a ti. Me da una resolución que tú puedes mirar, una lucidez que puedes sentir. Te toco, te veo, te toco y te veo en mí: yo soy de ti, fuera de ti no soy: déjame que me defienda de morirme. Deja que por un instante vuelva a hacerme de ti; que lo intente. Bien sabes adonde llegaba mi violencia por tu piel y por tu mente, lo que amaba de tu dolor para apropiármelo, para llenarme de él y liberarte de su peso. Eras una meta inalcanzable, huías como tu cariño; escapabas en tu fragilidad con mis lágrimas. Yo te perseguía hasta en los espejos donde acostumbrabas mirarte. Te buscaba, te atrapaba, te estrechaba contra mi pecho sólo para observar cómo desaparecías entre mis brazos. Perdóname si te lo recuerdo. Te he hablado, te hablo sin pudor, brutalmente. Te he hablado a pesar de que al hablarte miro que te hiero, pero yo te digo que yo me hiero más hondamente, que yo sufro más horriblement y que el mayor mal que me ha hecho la vida y que todavía puede hacerme es que tenga que hacerte daño fatalmente, sin que nada en mí pueda evitarlo, a pesar de que todo en mí llora de verlo y se enloquece de sentirlo. Estoy llorando como nunca he llorado. Toda mi vida está llorando por ti. Perdóname, fui yo quien te destruyó, no el tiempo. Debía olvidarte, asesinarte, apartarte de mi cabeza. Tú y yo. Y vencí: de pornto dejaste de importarme. Quise entonces excluir de mi alma los sentimientos, siniestras llaves de puertas no deseadas, ápices de debilidad. Ellos nunca me explicarían el mundo. Me refugié en la inteligencia, ese frío tumor: con ella fabriqué un universo contingente, con leyesprecisas, donde no hacías falta. El azar está prohibido; el amor, proscrito. Perdí de vista que, aun reinando, la inteligencia siempre permanece sola. Absolutamente sola. Perdónamen, pues, esta carte: necesitaba escribirla y adquirir valor para la única conclusión posible, la consecuencia extrema de mi vida y de mi obra. Infinidad de veces repetí que había que arrancarle al mundo los escasos jirones de verdad que nos muestra: ahora me veo precisado a desprender el más importante, el que puede justificar los demás, el que puede dar sentido al tedio y al dolor, a las risas necias y los olvidos puntillosos, a tu amor desvaneciso y a esta carta que se pierde con mi sangre.

Amada, estás presente a pesar del oscuro silencio.

Jorge

martes, noviembre 22, 2011

Mate a su jefe: renuncie



(historia de un esténcil encontrado en Buenos Aires)


En las calles de Buenos Aires prolifera el rotundo arte del esténcil: “El microcentro se desplomará” / “WAR DISNEY” / ”No al código hijos” / “El consumo nos consume” / “Se cayó el sistema”. Síntesis y humor negro y un efecto estético punzante, el temblor neuronal de un cambio de luces. “Despertate”, dice otro oráculo callejero bajo la alarma de un enorme reloj anacrónico, para advertir sobre el estado de embotamiento al que ha llegado la sociedad post industrial. El 2000 fue el año de la explosión estencilera en BA, como si las gotitas del aerosol —unas gotitas furiosas y casi siempre lúcidas— anunciaran la tremenda sacudida histórica que se vendría. Y en efecto, el ramalazo financiero llegó pocos meses después de que la clase media urbana hubiera comenzado a estampar sobre los muros de la ciudad su total desconfianza hacia el sistema y sus precios dolarizados: “Su vida peligra”, anunciaban unas figuras silueteadas en uno de los esténciles más ominosos y bellos que encontramos en Palermo.


Viajé con L a Buenos Aires en diciembre del año pasado en busca de los libros que ya no encontramos en México, del cine que aquí nunca veremos (el de Alex de la Iglesia, por ejemplo) y del talante ácido, inconforme, arriesgado del porteño post corralito. Estaba huyendo, en suma, de la frivolidad imperante de la literatura mexicana, en cuyos tentáculos comenzaba a enredarme estúpidamente. Había caído en una trampa y lo sabía: después de varios años de escritura silenciosa y de miseria funcional, adquirí de pronto un trabajo y un horario y un sueldo fijo en una legendaria revista contracultural que había caído en manos de un nuevo empresario, es decir, que había caído en desgracia. Mercadería desesperada y a menudo obscena, desprecio soterrado hacia el pensamiento y la literatura (“ésta –me decían todos los días—no es una revista para intelectuales”), culto al pop más ramplón: ningún heroísmo era posible entre sus páginas. Muy pronto me sentí perdida: me había equivocado de lugar. No sólo eso, trabajaba de mala gana cerca de diez horas diarias en medio de un ambiente más bien asfixiante y lleno de falsas pretensiones, respondiendo a intereses que no sólo no eran los míos, sino que contradecían violentamente varios años lectura sostenidas a pulso. En medio del desánimo dejé de escribir y comencé a sentirme enferma. Los domingos sólo quería ver partidos de la liguilla y comer pollo rostizado frente al televisor. Me había convertido en el vivo retrato de lo que Adorno llamó “el monstruoso aparato de la distracción”: hordas de hombres acumulando jornadas de trabajo, para obtener su cuota de vacío en “el ínfimo paraíso de los fines de semana, donde la gente comulga en la fatiga y el embrutecimiento” (Vaneigem). El día que tuve que entrevistar a Juanes supe que estaba tocando fondo.

Tal vez por eso, en cuanto llegué a Buenos Aires la basura que se acumulaba en sus calles (había una huelga municipal) me pareció hermosa. Ahí todo ocurría de un modo distinto, con más librerías, mejor cine nacional, más literatura (proliferante, incisiva, vigorosa), menos glamour de por medio. Ahí la cultura no parecía un objeto de lujo en disputa ni una carrera burocrática ni un desierto mediatizado. Ahí la literatura te saltaba encima como las moscas, o sea, como algo natural y ligeramente incómodo y perturbador. Lo mismo sucedía con las revistas que no aspiraban a la newyorkización ridícula ni tenían anuncios en couché en el setenta por ciento de sus páginas, sino escritura e ingenio y sentido del humor y falta de respeto por las convenciones culturales. Eso era como volver al anonimato, es decir, a la literatura real.

Una tarde, mientras caminábamos por el Microcentro hacia San Telmo (era domingo y las calles estaban desiertas, sucias), encontré sobre un muro descascarado un esténcil que parecía apuntarme con el dedo: “MATE A SU JEFE: RENUNCIE.” Se trataba del rostro de Mr. Burns, el capitalista siniestro de los Simpsons, asomando la nariz entre el cochambre de la ciudad. Me quedé helada, como si bruscamente todos mis sentimientos ocultos hubieran encontrado en él una expresión nítida: renunciar, eso debía hacer al volver a México. Tomamos una foto de Mr. Burns (en realidad, tomábamos fotos de todos los esténciles: nos habíamos convertido en turistas de los muros) y nos marchamos.

Como ocurre con todos los libros que han dejado una impresión turbulenta en nuestro ánimo, no he dejado de preguntarme desde entonces en dónde radicaba el poder de aquella frase. Tal vez, lo pienso ahora, en que proclamaba no sólo la revolución contra los checadores de tarjeta, sino el alzamiento contra la frustración autoimpuesta y el estancamiento. Pero lo mejor de todo era que, en medio de una de las peores crisis de desempleo en Argentina, la pinta tenía la desfachatez de promover la renuncia en masa. No se trataba de ironía, sino de un revival del “NO TRABAJE NUNCA”, la proclama situacionista que apareció en los muros de París en el Mayo del 68, lanzando una crítica extrema hacia el carácter insaciable de la economía de mercado, donde la productividad es esclavitud bajo la apariencia de una dicha pasajera. En tales circunstancias, renunciar es un acto de libertad, una batalla de la vida y el placer contra la coerción del trabajo.

No es extraño que una pinta así apareciera en el “París de América”. Durante la década de los noventa, Buenos Aires se ostentó como la capital latinoamericana del rat race, compitiendo absurdamente con Londres, Nueva York y Roma, las ciudades más caras del mundo donde es necesario trabajar quince horas diarias para pagar un cuarto-ratonera. La supervivencia había sustituido a la vida, pero de todos modos la juventud, la burguesía ilustrada, los escritores, los amantes del shopping parecían felices entre tanto confort de ensueño. Quizá por eso, la debacle porteña encarnó tan plástica y trágicamente la corrosión del bienestar contemporáneo y la fragilidad de sus falsas aspiraciones.


Vivian Abenshushan

sábado, noviembre 19, 2011

M.L. Estefanía


 Al oeste de Laredo
Tenía 40 años y fumaba entre 20 y 30 piedras semanales cuando me convertí en Marcial Lafuente Estefanía. A 120 el ziploc más las monedas que dejas para el refresco en cada compra, do the math. Ni el reportero de nota roja más corrupto de la capital del estado podría mantener semejante tren de vida. Lo sé porque ese reportero era yo.
Empezaba a fumar concluido mi turno. Lo hacía acompañado de un mp novato o de los patrulleros en día franco que a veces reciben muestras gratuitas del material puesto en plaza. Cualquiera de ellos tenía redaños para frenar antes de que saliera el sol. Yo no; me colgaba 24 horas seguidas. Un buen jalón te dura entre 5 y 10 minutos. Si quieres mantener la calma debes pegarte a la lata de aluminio como si fuera un biberón y limpiar las perforaciones con una aguja cada tanto y conservar siempre un Marlboro encendido: la sabiduría del basuquero radica lo mismo en el ritmo de la inhalación que en la exacta administración de la ceniza.
Rara vez lograba cumplir mi horario laboral. Cuando me despidieron del periódico telefoneé en busca de ayuda a mi compadre Esquivel, alcalde de un pequeño municipio fronterizo. Me preguntó:
–¿Qué sabes hacer?
Le ofrecí, pensando en el centenario, una charla sobre el periodismo durante la revolución mexicana. Se carcajeó.
–¿Tú crees que a mis ranchys wanabís de texano les importa una mierda la revolución?... A estos háblales mejor del Libro Vaquero. Y ¿por qué de tu antigua chamba no?
Julián Herbert
Fragmento de M.L. Estefanía

miércoles, noviembre 09, 2011

Una perversa Ítaca de olores

Abrazarte al salir junto a la puerta,
en camisón, descalza, despeinada,
blanda y mimosa de haber sido amada,
tibia de sábanas y mal despierta.

Y respirar en tu pechera abierta
la leve y tenebrosa bocanada
que sube de tu sexo caldeada
oliendo a pozo y algas y agua muerta;

oliendo a hongos metálicos, a fosa,
a sombra macerada, a exangüe yodo,
a fiebre en pena, a fósiles humores,
a exhaustos émbolos y a cal mucosa

-y añorar todo el día de este modo
una perversa Ítaca de olores.

Tomás Segovia

jueves, noviembre 03, 2011

El mundo ya no es digno de la palabra


El mundo ya no es digno de la palabra
nos la ahogaron adentro
como te asfixiaron
como te desgarraron a ti los pulmones
y el dolor no se me aparta
sólo queda un mundo
por el silencio de los justos
Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo.

Último poema de Javier Sicilia, escrito después de la muerte de su hijo, Juan Francisco.

miércoles, octubre 26, 2011

Un aire jazzeado

V
Tal vez no ame a nadie en particular   dijo
mientras miraba a través de los cristales
(La poesía ya no me emociona) - ¿Qué?   Su amiga
levantó las cejas   Mi poesía   (Caca)
Ese vacío que siento después de un orgasmo
(Maldita sea, si sigo escribiendo llegaré a sentirlo
de verdad)   La verga parada mientras se desarrolla
el Dolor   (Ella se vistió aprisa. Medias
de seda roja)   Un aire jazzeado   una manera de hablar
(Improviso, luego existo, ¿cómo se llamaba ese tipo?)
Descartes   Caca   (Qué nublado, dijo ella,
mirando hacia arriba   Si pudieras contemplar
tu propia sonrisa Santos anónimos  Nombres
carentes de significado

VI
Nadie te manda cartas ahora   Debajo del faro
en el atardecer   Los labios partidos por el viento
Hacia el Este hacen la revolución   Un gato duerme
entre tus brazos  A veces eres inmensamente feliz

VII
En la sala de lecturas del Infierno  En el club
de aficionados a la ciencia-ficción
En los patios escarchados   En los dormitorios de tránsito
En los caminos de hielo   Cuando ya todo parece más claro
Y cada instante es mejor y menos importante
Con un cigarrillo en la boca y con miedo   A veces
los ojos verdes   Y 26 años   Un servidor


Roberto Bolaño


Fragmento de Siete poemas breves, publicado en Le Prosa. México, 1981.

viernes, octubre 21, 2011

El patriota en lo escencial

De acuerdo a sus premisas, ¿cómo cristaliza el temperamento civilizado entre las imposiciones de la barbarie tan presente en los escenarios de México y América Latina? En primer lugar, y sin así decirlo, se califica a la política de usurpación de la vida normal de las sociedades; en segundo lugar, se indaga en los niveles de civilización en México y para ello se recurre al cotejo de culturas; en tercer lugar, se extrema el cuidado de la forma que es respeto a la perfección de las ideas. (La claridad expresiva es una cortesía del intelecto.) Y por último, se experimenta con la certeza múltiple: el arte es o puede ser radical (en el sentido de ir a la raíz de lo humano y de la creación de las formas), y de esto depende en buena medida la disolución de los estereotipos y los prejuicios sociales. Además - y estas certidumbres son primordiales - la sensiblería y la demagogia falsifican la experiencia real; la identificación de belleza y verdad es racional y es mitológica, y el que defiende creativamente el lenguaje y no condesciende a la vulgaridad, es un patriota en lo esencial.

Carlos Monsiváis en el prólogo de México, de Alfonso Reyes, 2005.

martes, octubre 18, 2011

Presencia



¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?

¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.

No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,

ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.





José Emilio Pacheco

Un agujero negro se despierta tragándose una estrella Agosto 2011 (noticia del espacio exterior)




somos la vida
cabello largo
y ojeras
somos la vida
podemos confiar en nuestros hermanos
podemos confiar en que la muerte
aguante la respiración

somos la vida
entonamos las calles con pintura
estamos entonando un sol
que viene a nuestros hombros

somos la vida
abriéndose paso como un viento atroz
entre el humo y la intoxicación

somos la vida
el amor nos debe muchos favores
y el cariño otro tanto
por eso defendemos nuestro capital con ternura

somos la vida
nos debatimos entre el aire la tierra
entre el agua y los pastos

no nos vamos a quedar aquí sentados
sin hacer nada
vamos a trazar el cielo
contra los ladrones de sueños
nuestros sueños son repelentes a las balas

somos la vida
otra vez
vamos a mirar las estrellas
aunque tengamos que volar sobre las ciudades

aunque recorramos miles de kilómetros
llegaremos a aguas claras en movimiento
porque somos la vida
y no debemos cuentas sino a la muerte

vamos a exigirle a la lluvia 
un nuevo gobierno
y vamos a exigirle a los ríos
una nueva educación

somos la vida
encontraremos en nuestros pulgares 
a cada uno de los nuestros
y en los otros pinceladas emocionantes
delirantes
desbordantes a su manera

porque somos la vida
y no hay ventana grande ni país perfecto
ni canción que no sea un pequeño contrabando de los corazones

somos la vida
y vamos a guardar todo el mutismo en nuestro corazón
y vamos a gritar entre las estrellas y los árboles
en las calles
en las ciudades firmamento
que una mente secreta
es una nueva conspiración


Yax Kin Melchy



miércoles, agosto 03, 2011


Now

Now
Say nay,
Man dry man,
Dry lover mine
The deadrock base and blow the flowered anchor,
Should he, for centre sake, hop in the dust,
Forsake, the fool, the hardiness of anger.

Now
Say nay,
Sir no say,
Death to the yes,
the yes to death, the yesman and the answer,
Should he who split his children with a cure
Have brotherless his sister on the handsaw.

Now
Say nay,
No say sir
Yea the dead stir,
And this, nor this, is shade, the landed crow,
He lying low with ruin in his ear,
The cockrel's tide upcasting from the fire.

Now
Say nay,
So star fall,
So the ball fail,
So solve the mystic sun, the wife of light,
The sun that leaps on petals through a nought,
the come-a-cropper rider of the flower.

Now
Say nay
A fig for
The seal of fire,
Death hairy-heeled and the tapped ghost in wood,
We make me mystic as the arm of air,
The two-a-vein, the foreskin, and the cloud.

Dylan Thomas

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Now

I sit here on the 2nd floor
hunched over in yellow
pajamas
still pretending to be
a writer.
some damned gall,
at 71,
my brain cells eaten
away by
life.
rows of books
behind me,
I scratch my thinning
hair
and search for the
word.

Charles Bukowski
Es así de simple: un poeta pide a los libros que amó y que le inquietaron protección para su hijo en los años venideros. En el otro poema, por el contrario, el poeta pide a su hijo que cuide de los libros en el futuro. Es decir, que los lea.

Roberto Bolaño

martes, agosto 02, 2011

Antón

No tenían hijos ni mayores motivos para verse. Antón impuso un tono cauto para tratar cualquier asunto, dolido por su incapacidad de hacer el ridículo en la última tarde que pasaron juntos, de rendirse ante las lágrimas, las súplicas que hubiera querido pronunciar. Curiosamente le incomodó que Susana adoptara ahora ese lenguaje seco, casi cívico. Leyó con precipitación las frases claras, sin dobleces posibles, y tuvo que releerlas para cerciorarse de que no implicaran nada más. Susana iba a Xalapa a visitar a la familia de una amiga muerta (en la nerviosa lectura inicial entendió que iba a ver una muerta), esa amiga había sido su socia, su compañera de vida. ¿"Todavía te dicen Antón"?, preguntaba con aire distraído cuando ya salía de la carta, como si ella ya se hubiera curado de otros nombres. Antón no, más de cincuenta años con ese mote irrenunciable. Galia, tan joven, tan reordenadora, quiso decirle Antonio, pero los amigos de siempre, las frases hechas que imitaba con su talento de actriz, la regresaron al apodo, otra vez Antón, sus costumbres.

El anillo de Cobalto, La casa pierde. Juan Villoro

jueves, julio 28, 2011

El sexo en siete lecciones



1. Gozo y tortura
que el Tártaro yel Cielo
-uña de carne- desempeñan.

Al sexo y su desorden milagroso,
a su perfecto matrimonio; ,
de beso y abrelatas, sucumbimos.

A la gloria del sexo,
a su desenfrenado latrocinio,
su avaricia impecable,
alto, cedemos.
* * *

2. Y por estar a flote,
por ser la superficie de la espuma en la piel,
por ser lo más visible y general,
por ser el más común lugar del paraíso visitado,
el sexo, lo evidente,
lo que a todos iguala,
lo esencial-sabia era Eva,
ingenuo Segismundo-,
por ser el sexo algo tan real,
lo único real acaso,
sólo se existe y vive a su merced.

No es reducible el sexo a números ni a ciencia,
no es cosa comprensible,
no es natural ni humano
y la divinidad lo desconoce.

Lo real no está sujeto a inquisición.
* * *

3. El tiempo escaso por costumbre
y, por la costumbre, frágil,
no basta para el amor
y es demasiado para el sexo.

Pero si en sexo se midiera el tiempo
si el sexo -el gozo, mejor dicho- fuera
una unidad de tiempo,
sería la más pequeña
que el reloj pudiera imaginar,
la apenas registrable,
el átomo del tiempo.
* * *

4. Ni el denodado goce de los cuerpos,
ni el carnívoro roce de las bocas,
ni las fieras sensuales de los dedos,
ni las mejillas ardorosas,
ni el sudor refrescante de los pechos
-su rima encantadora-,
ni el tacto delicioso de los muslos,
ni la plata del pubis,
ni las caudas azules y viriles,
son suficientes para el sexo.

La plena saciedad misma, no basta.
Lacios los cuerpos tras el goce, exhaustos,
bebidos uno a otro hasta las plantas,
sueñan, despiertos, con el sexo.
Sólo han probado, sólo empiezan a hervir.
La saciedad más absoluta
es siempre, apenas, el principio.
* * *

5. El cuerpo es siempre virgen para el sexo.
El cuerpo siempre, Paul, recomenzando.
Y el cuerpo eterno, el fiero eterno cuerpo
muere antes que el sexo.
* * *

6. Y nada de que el sexo
sólo con amor es sexo.
El sexo es siempre amor,
nunca el amor es sexo.
El amor no es amor,
el sexo es el amor.
No hay sexo sin amor
pero hay amor sin sexo, y no lo es.
Todo amor sin sexo es corruptible.
Sólo una advertencia:
es ya desgracia conocida
que el sexo y el amor no sean posibles
sino con personas,
con almas y con cuerpos de cuatro dimensiones,
con seres existentes,
y nunca con fantasmas o sombras pasajeras,
mucho menos con plantas o gallinas.

7 (y última). El sexo es una cosa
que se embellece cuando se la mira.
Y la prostitución es su magnífico revés,
su negación perfecta,
su ausencia depresiva.
El sexo es este Dios moldeado
por su más portentosa y vil creatura.
Eduardo Lizalde

miércoles, julio 20, 2011

El detective en el espejo

"Esa mañana, me había gustado parecerme en el espejo a un detective que vi en una película italiana, un tipo que pasa noches en vela sin descubrir otra cosa que el mundo es una mierda y al final se pega un tiro en el paladar: no era un ejemplo de vida pero tenía su encanto."

Campeón ligreo, La casa pierde, Juan Villoro

lunes, julio 11, 2011

El cómico

Regularmente

Hago

Una

Vida

Bastante

Irregular


Poemínimos, Efraín Huerta


Freeze!

by Etgar Keret

Suddenly I could do it. I’d say “Freeze!” and everyone would freeze, just like that, in the middle of the street. Cars, bikes, even those little motor scooters delivery guys use, they’d all stop in their tracks. And I’d walk past them till I found the prettiest girls. I’d tell them to drop their shopping bags or I’d take them off a bus, bring them home and fuck their brains out. It was great — it was really, really great. “Freeze!” “Come here!” “Lie down on the bed!” And after that, wham-bam. The girls I had were incredible, centerfold material. I felt fantastic. I felt like a king. Until my mother butted in.

She told me she didn’t completely approve. I told her there was nothing not to approve of. I tell the girls to come and they come. It’s not as if I rape them or anything. “God forbid,” my mother said. “It’s just that there’s something very impersonal about it. Unemotional. I don’t know how to explain it, but I have this gut feeling that you don’t really connect with them.” So I told my mother that she could keep her gut feelings to herself. She said something and I said something and she said something back and I said “Freeze!” and left her standing there in the middle of Reiness Street in the pouring rain. Since then, it hasn’t been the same. What she said suddenly bothered me, about my not connecting. I kept fucking the girls, but now I didn’t feel connected. Everything was ruined. At first I thought it was the sounds. So I’d say, “Make sounds.” And the girls would make all kinds of sounds: Mickey Mouse, jackhammers, political impersonations. It was a nightmare. I had to demonstrate the actual words I wanted them to say. “Aaaah, aaaah,” “That’s so good,” “Harder.” That kind of stuff. And they’d repeat them when we were fucking, but always in my intonation. “Oh, oh, please don’t stop. I’m coming,” they’d say, lying there on their backs with their eyes glazed. I could tell they were lying and it made me so mad I could’ve strangled them. “If you don’t mean it,” I yelled a few times, “don’t say it,” but I still couldn’t get it up. It was depressing — it was really, really depressing

Except that then, knowing they were there just because I told them to be started to bug me. This feeling — this brain wave — hit me out of the blue. I was walking down Reiness Street, where it hits Gordon, and there was my mother, still standing there where I left her looking apologetic, and suddenly I got it: This wasn’t the real thing. It never would be. Because none of those girls really appreciated me. None of them wanted me for who I really am. And if they weren’t with me for who I was, then what was the point? From that moment on, I decided to stop and start hitting on girls the normal way. It sucked. It blew the big one. Girls I used to fuck standing up in the street, leaning on a mailbox, wouldn’t even give me their numbers. They’d tell me I had bad breath, or I wasn’t their type, or they had a boyfriend, or something. It was grim — it was really, really grim. But I wanted a genuine relationship so badly that even though the temptation to go back to fucking like I used to was enormous, I didn’t give in.It took me a while before I realized what was fucking everything up. The trouble was, I kept on being too specific. So at some point, I figured that out and then I started giving them more general directions like, “Act like you’re really enjoying it,” and when the feeling they were faking it started to bother me, I’d just say, “Enjoy it.” It was terrific — it was really, really terrific. They’d scream. They’d dig their nails into my back. They’d say, “You’re the best.” Can you see what I’m describing? Models, air hostesses, weather girls — in my bed. Telling me I’m the best.

After three months of living hell, I saw that gorgeous girl from the cider ads walking right down Ibn Gvirol Street. I tried to make conversation. Then I tried to make her laugh. Then we walked past a florist, so I tried flowers — but she wouldn’t even turn around. When we got to Rabin Square, there was a little Mazda waiting for her with a male model at the wheel, the one from the potato chip ads. She was about to get into his car and drive away. I didn’t know what to do, and without even realizing what I was doing, I yelled “Freeze!” She stopped in her tracks. Everyone did. I looked around at all the people frozen there like that. I looked at her, and she was just as beautiful as she was on the commercials. I didn’t know what to do. On the one hand, I couldn’t, I just couldn’t let her go. On the other, if she was going to be with me, I wanted it to be for who I am — because of my inner self, not because I ordered her to. And that’s when I got it. The solution just came to me. Like an epiphany. I took her hand, I looked into her eyes and I said, “Love me for who I am, for who I truly am.” Then I took her back to my apartment and fucked her like a madman. She screamed and dug her nails into my back and said, “Do it to me, oh yes, do it to me.” And she loved me. No shit, this was the real thing. She loved me for who I am.

martes, mayo 31, 2011



Entre la vida y la muerte
de la serie Breve Historia del Tiempo
Gonzalo Lebrija, 2008



sábado, mayo 14, 2011

Soneto

Soñaba hallarme en el placer que aflora;
vive el placer sin mí, pues pronto pasa.
Soy el que ocultamente se retrasa
y se substrae a lo que se devora.

Dividido de mí quién se enamora
Y cuyo amor midió la vida escasa,
Soy el residuo estéril de su brasa
y me gana la muerte desde ahora.

Pasa por mí lo que no habré igualado
después que pasa y que ya no “parece”
su ausencia sólo soy, que permanece.

Y, oh muerte, vasta para lo pasado,
me entregarás, más cuando esté vencido
el defecto que soy de lo que he sido.


Revista Los contemporáneos. No. 4, 1931

Jorge Cuesta
Epigramas

Hizo muchos planes. No cumplió ninguno. Cada día era un nuevo fracaso, pero cada día era también una nueva aurora y un fuego imperecedero encendía cada día en él el deseo de las cosas perfectas que no se realizan. Un soplo eterno reanimaba, diariamente, la potencia intacta y estéril.

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La vida, como un soplo remoto, pasó entre sus dedos, íntima y ajena. De su visita quedó la huella del viento que agitó las hojas.

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Pero ahora ¿qué importa un año más en el tiempo de un muerto? Quisiera morir silenciosamente, sin dejar una huella, como muere una música lejana en un oído inatento

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Después de haber construido, chinescamente, un agradable, plácido y optimista universo en el que todos los hombres eran buenos y sin cuerpo, y todas las mujeres bellas y sin alma, sufrió un desengaño. Su vida fue, desde entonces, una rectificación trascendental, un gemido dogmático, un lamento agresivo. Era un Hamlet sin ideas generales.

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Quisiera morir navegando en una bella frase.
—Quisiera morir arrastrando un recuerdo bondadoso.
—Quisiera morir disuelto en un paisaje.
—Quisiera morir en el fulgor de una idea, momificado entre los claros términos de un silogismo.
—Quisiera morir silenciosamente, sin dejar una huella, como muere una música lejana en un oído inatento.


Carlos Díaz Dufoo Jr.