lunes, noviembre 26, 2012

Cumpleaños sin mago


En noviembre del 93, Don Gonijovsky propuso en el programa sobre economía de la emisora Reshet Bet una enmienda a la ley del Impuesto sobre los Bienes Inmuebles. Mi madre, que a sus cincuenta y tres años seguía siendo una belleza que quitaba el aliento, empezó a arrastrar los pies por el suelo. Su sonrisa seguía siendo la de siempre, lo mismo que sus abrazos, porque todavía tenía mucha fuerza en los brazos, pero cuando caminaba, los pies ya no se decidían a alzarse todo lo necesario. En las radiografías, esforzándose mucho, podía uno llegar a ver unos gusanos negros que le estaban perforando los riñones. Mi cumpleaños no quedaba lejos, una fecha muy fácil de recordar, el 21 del 12. Sabía que, como todos los años, ella me estaría organizando algo especial.

El invierno del 93 fue quizá el invierno más frío de mi vida. Vivía solo y dormía con unos pants y los calcetinos puestos. Todas las noches ponía mucho cuidado, antes de quedarme dormido, en meterme muy bien la sudadera por la cintura del pantalón para que, en caso de que me diera la vuelta en la cama mientras dormía, no se me destapara la espalda. El proyecto que había presentado para la segunda cadena de televisión acababa de ser rechazado, en el periódico no me concedieron un aumento de sueldo y una ex novia mía andaba diciendo por la ciudad que yo era gay e impotente. Me despertaba por la noche con un pestilente olor a podrido en los sobacos. La llamaba por teléfono y, como medida de precaución, tapaba el auricular con la palma de la mano incluso mientras marcaba y, cuando ella contestaba, colgaba. Estaba convencido de estar llevando a cabo la venganza más sofisticada contra ella.

Mi cumpleaños lo pospusimos un día, porque la noche del 20 me enviaron del periódico a un observatorio astronómico para que volviera con mil palabras sobre un grupo de meteoritos que cruzan nuestro cielo una vez cada cien años. Yo les había propuesto escribir sobre un colono de Kiriat Arba que había resultado herido en la cabeza y ahora se encontraba ene stado vegetativo, pero me explicaron que eso no entraba en mi sección, que mi cometido era, concretamente, publicar artículos coloristas. Todas las semanas debía aportar mi nota de color a las páginas 16 y 17 del suplemento del fin de semana, para que todos los que hubieran conseguido sobrevivir a los informes sobre seguridad-crimen-economía-política obtuvieran su terrón de azúcar: un congreso internacional de veterinarios, el campeonato mundial de patinaje, algo que les diera ánimos. Yo, por mi parte, intenté seguir empeñándome en el colono que había recibido un ladrillazo en la cabeza, porque me sentía muy identificado con lo que le había pasado. También a él le habían echado por tierra su proyecto y el futuro que se le presentaba no era demasiado alentador, pero el jefe de redacción insistió, así es que me fui a un observatorio que hay al lado de Hadera acompañado por un fotógrafo al que no conocía de nada. El fotógrafo ese me contó que llevaba ya un mes echando pestes del periódico. Tenía en su poder un rollo de película del cadáver de un soldado asesinado en los territorios ocupados, para ser exactos la foto de la cabeza decapitada montada y lironda clavada en una estaca. y el bruto del jefe no se decidía a publicarla porque decía que eso era morbo barato.

 - Seguro que también de un linchamiento diría que es morbo barato - añadió el fotógrafo, ensañándose en el cambio de marchas del coche de alquiler. Esa foto de Almacayes que tomé es digna de estar en un museo y no en un periódico.

Yo, por mi parte, intentaba imaginar qué era lo que podía haberme organizado mi madre para mi cumpleaños. El regalo consistiría seguramente en una grabadora nueva o en un calentador, porque eso era, por lo menos, lo que más falta me hacía. Para la noche me haría un pastel de zanahoria, que es el que más me gusta. Nos sentaríamos a hablar un rato y mi hermano vendría especialmente para la ocasión de Rahanana. Mi padre diría que está muy orgulloso de mí y me mostraría un álbum de fotos con las hojas negras en las que tiene pegados los artículos que he escrito. No sé por qué me acordé de mi décimo cumpleaños, cuando invitamos a toda la clase y mis padres contrataron un mago.

El fotógrafo y yo llegamos al observatorio. Hacía muchísimo frío y mi misión consistía en recoger para el artículo los comentarios de los aficionados a los meteoritos que andaban por allí. Me contaron que no se trataba simplemente de unos meteoritos de cien años, sino que constituían un grupo de esos que pasaba cerca de la tierra sólo una vez cada setecientos años. Como no me funcionaba la grabadora tuve que apuntarlo todo a mano.

- Menudas estupideces - se quejó el fotógrafo -, en los territorios ocupados la gente se anda matando y yo aquí sacándoles fotos a unos ñoños enfundados en sus ridículos anoraks que no hacen otra cosa más que masturbarse con el telescopio. Espero, por lo menos, que esos pedruscos del cielo se dejen fotografiar bien.

Aparte del pastel, mi madre prepararía también los espaguetis que a mí me gustan y una sopa de zanahoria. Y cada vez que ella se dirigiera hacia la cocina con su paso fatigado, yo querría morirme.

Los meteoritos aparecieron como cada setecientos años y el fotógrafo dijo que se veían de la chingada, que en el periódico resltarían todavía menos impactantes, y añadió que ya que aparecían tantísimos años podían, por lo menos, resultar un poco más espectaculares. A mí me dio por pensar que, si no un mago, quizá en su lugar podían llegar a visitar nuestra casa esos meteoritos, que lo inciendiarían todo. A mi madre, a mi hermano, a los gusanos que ella tenía en el vientre y a mí, con mis mil palabras para las páginas 16 y 17. Así todos estarían contentos o, por lo menos, mi ex novia dormiría mejor por la noche. Como en aquel cumpleaños con el mago, en el que a mi hermano y a mí no hicieron más que sacarnos monedas de las orejas, mi madre había revoloteado por el aire como una bailarina en la luna y mi padre se había limitado a seonreír en silencio.


"Extrañando a Kissinger", 1994

Etgar Keret

jueves, noviembre 15, 2012

Hombres maravillosos y vulnerables

"-Supongamos que Don Francisco se encierra en su oficina de los estudios Univisión de Miami treinta minutos antes de salir al escenario, se tira dos o tres líneas de coca, diecisiete cortos de whisky, tres o cuatro Ravotriles, mira su figura desnuda en un espejo de cuerpo entero mientras un par de putas, una rubia y una morena, le chupan el pene y el ano respectivamente.
"El joven mira al productor ejecutivo con los ojos demasiado abiertos.
[...]
"-Supongamos que yo he visto esto y otras cosas en mis años de carrera, muchacho, y no estoy diciendo que las haya visto, pero supongamos que, en efecto, es lo que los años de poder y fama pueden hacer en un hombre bueno y educado [...]. Es ahí donde tipos como nosotros entran en el juego, muchacho."

PABLO TORO: "Hombres maravillosos y vulnerables"

lunes, noviembre 12, 2012

En un campo

En un campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
sucede así.
Dondequiera que esté
soy aquello que falta.

Mark Strand