viernes, junio 15, 2012

City Boom Boom*



La luz es el primer animal visible de lo invisible.
José Lezama Lima


1
Olor a hielo en el relámpago
de vodka
de tu respiración.
Un vaivén de salitre y palabras obscenas
en muelles que duraron un minuto.
La voz un alfiler con punta de ángeles.
Bailar heridos a coro.
Un rumor de alfabeto bajo frondas de asfixia.
Yacer amordazado en el Edén.
Te desnudaste con un saldo de luz negra,
un latido de sol dentro de ánforas turbias.
Las cicatrices de tus muñecas destellaban
como navajas esparcidas en el césped.
2
Ungidos de distancia,
mis ojos palpan pliegues.
Debajo está tu cuerpo
en la porosa luz.
Para tocar tus manos
yo nado en mis pupilas. Soy
el niño que busca una moneda
dentro de la laguna.
El recuerdo es pura
superficie;
apenas la textura del vestido, el aliento
de una boca a la otra:
cristalino, pétreo por momentos,
y luego desgajado
como un río en su doble corriente luminosa.


3
El otro lado de tu nombre.
Pronunciar un cascabel
entre tus muslos
hasta pulirlo: tañerlo:
restañarlo: cristal
sin nombre.
Hasta que el trueno
sea una cúpula sorda.


4
Rosas cristalizadas en la velocidad.
Cámaras cáusticas de resplandor dentado.
Olores correosos y salaces
como tripas (¿sientes cómo
se estira esta canción, cómo le nacen
aposentos de hoz, un pájaro magenta,
torniquetes?)

El diablo es un jardín.
Hay moscas en su miel.
Los setos asfixian esmeraldas.

Mi desnuda
–un cirio en un incendio–
pasea por él recolectando flamas.


6
Una vocal engarzada en el tacto.
Un espejismo de seda que murmura.
Una estrella de aliento.
Una muda abeja destilada.
La frescura de alfanjes decorados en Córdoba.

Venturas que duran en los cuerpos
mientras bebemos
–lámpara y mesa de por medio–
limonada.


7
Despiertas preguntando qué son mis cicatrices.
Caín y Abel con una pala
ayudando al abuelo a cocer unos ladrillos.
En el codo y la espalda un par de navajazos.
también me quieres atizar. Derribar una puerta
más dueña del destierro que del mundo.
Colonizar este salón de aliento
desde donde te llamo sin tu nombre.
O me equivoco, y cicatrices para ti
[me doy al ti como
cayendo de un caballo] son
pruebas de que el azar se abrió, mas pudo luego
reparar su avidez;
dejar de ser infección para volverse
tejido púrpura ideando como hielo.
O exagero porque
la cicatriz se llama desengaño de una herida.
Y no hay herida (pero tampoco éxtasis
o texto)
que no vista de signo su corazón de caos.


*gimnasia lírica al (más o menos) hispánico modo con fragmentos reciclados y Julien Lourau de fondo
Julián Herbert

jueves, junio 14, 2012

Honores

Ardilla de México
legado de nuestros héroes


émbolo de la humildad
y del desmadre


te prometemos ser siempre infieles
a la solemnidad y sus franquicias


que hacen de nuestra pútrida
nación una existencia dependiente
inhumana y aburrida


y a la que no entregaremos nuestros poemas

Yaxkin Melchy
 
 
 

A propósito del insomnio

Sales, deambulas por calles demasiado iluminadas. Subes de nuevo a tu cuarto, te desvistes, te deslizas en las sábanas, apagas la luz, cierras los ojos. Es la hora en la que mujeres de ensueño que se desvisten demasiado rápido se aglomeran a tu alrededor, es la hora en la que aturden los libros que has leído cien veces, en la que das vueltas y vueltas sin conciliar el sueño. Es la hora en la que, con los ojos abiertos como platos en la oscuridad, con la mano tanteando al pie del banco estrecho en busca de un cenicero, de cerillos, de un último cigarrillo, calibras con calma la amplitud de tu malestar.

"Un hombre que duerme", Georges Perec