lunes, enero 31, 2011

Nobody Porno

No sé por qué venero la pornografía
esta costumbre mansa del salvajismo ajeno
cada vez que contemplo el placer en los otros
mi costado anhelante mi parte fugitiva
se complace de estar con los que no me ven
de asentir al amor desconocido
de espiar quien no soy
de fornicar sin mí
veo películas
perversiones caseras
estoy feliz de estar aquí con nadie.

Andrés Neuman


Crazy Diamond Skull (2008), Acrylic on canvas, 80 x 80 in.




Rubik Crumpled Model (2010), Acrylic on canvas, 78 x 58 in.


Victor Rodríguez

El sexo de las piedras


Las piedras no tienen hijos. Si se juntan dos piedras, si se pone una encima de la otra, y se espera, ninguna se preña.

Las piedras no tienen hijos. Es más, si se levanta una piedra y se la deja en la mano, si se la observa lentamente, no ofrece sexo.

Algunas piedras presentan ranuras, presuntas grietas vaginales, profundas.

En ocasiones, el musgo húmedo simula el bozo del pubis, la lisura de otras, la redondez causada por el meteoro y los elementos, semeja formas femeninas. Pero las redondeces y los senos no tienen ni el más remoto gesto de producir una gota de leche.

No son senos en verdad, son formas naturales de la piedra. Formas que esculpió el destino en la piedra.

Casualidades. Episodios de la materia.

No son esferas propiamente dichas. Son casualidades redondas. No se trata de glúteos, son gajos de piedra. Y aunque aparezca un pozo central y sombrío entre las nalgas pétreas ese pozo no es anal, es el agujero que hizo la lágrima del agua al llorar en la piedra, durante miles de años, durante miles de millones de años.

La lluvia lloró en la espalda de la piedra hasta crear la ilusión, el atisbo de un agujero frío y ríspido en donde poner el dedo y no sentir nada.

El dedo en el agujero, en el borde irregular que creó el llanto milenario del agua en el centro de la piedra. El hueco inconducente. Áspero.

Y si se da vuelta esa misma piedra y se vuelve a mirar la vulva aparente, si se recorre con la yema del dedo la arista de los pelos de musgo, el terciopelo verde, se siente sí una humedad. Pero es una humedad fría, porosa, inculta. Distante de lo femenino. Diferente del órgano sexual.

Casi no existen piedras masculinas. Es mucho más difícil encontrar una piedra así.

Sin embargo, algunos guijarros, ciertos cantos rodados, por su disposición, por su peculiar destello bajo el agua o apoyados en tierra sin más fuerza que la falible maravilla de su apariencia recuerdan la alegría curva de Dios, su deseo vivo endurecido.


Rafael Courtoisie

miércoles, enero 19, 2011

No hay destino bueno entre nosotros

No hay destino bueno entre nosotros.
Sólo una esperanza:
que el hombre vuelva
sobre sus pasos turbios, que el pie recorra músculos arriba
su propio peroné,
su tibia horrenda;
que vuelva hacia aquel mono
que hoy se parece a él,
que vuelva a aquella cosa que él no era,
o bien, sucumba entero.

Eduardo Lizalde
Poema innominado

I
Tiempos en que era Dios omnipotente
y el señor don Porfirio, presidente.
Tiempos - ay - tan lejanos del presente.
Cándida fe de mi niñez ingrata
muerta al nacer, en plena Colegíata
viendo folgar a un cura y a una beata.
Ciencia y paciencia que aprendí en la escuela
de la mosca impretérica que vuela
sobre calvas del tiempo de mi abuela.
Arte de ver las cosas al soslayo,
cantar de madrugada como el gallo,
vivir en el invierno el mes de mayo
y errar desenfadado y al garete
bajo este augurio: lo que usted promete...
y en la raída indumentaria, un siete.

II
Tiempos en que era Dios omnipente
y el señor Don Porfirio, presidente.
Tiempos en que el amor delicuescente
y delicado y delictuoso, hacía
un dechado, en cada hija de María,
de flores blancas y melancolía.

Tiempos en que el amor usaba flechas
y se invitaba al coito con endechas.
Tiempos de ideales y de frases hechas.

¿Quién no insinuó a su prima con violetas
u otra flor, esperanzas tan concretas
cual dormir una noche entre sus tetas...?
Bizarra edad que puso cuello tieso
y corbata plastrón a mi pescuezo
y me inhibió a la alegría y al beso...

III
Novia insolvente: por tus medias rotas
vertí de llanto las primeras gotas.
En mi recuerdo, como corcho, flotas
cuando laza de amor y complacencia,
en un cuarto de hotel y en mi presencia,
te lavabas el árbol de la ciencia
perdida ya tu condición virgínea.
Perdón si en actitud antiapolínea
besé tus muslos y aflojé la línea.
Llanto que derramaste, amargo llanto,
ira, dolor, remordimiento, espanto...
Lo que perdiste no era para tanto.

Tiempos en que yo era adolescente
y el señor don Porfirio, presidente.
y Dios nuestro señor, omnipotente...

Renato Leduc