miércoles, agosto 03, 2011


Now

Now
Say nay,
Man dry man,
Dry lover mine
The deadrock base and blow the flowered anchor,
Should he, for centre sake, hop in the dust,
Forsake, the fool, the hardiness of anger.

Now
Say nay,
Sir no say,
Death to the yes,
the yes to death, the yesman and the answer,
Should he who split his children with a cure
Have brotherless his sister on the handsaw.

Now
Say nay,
No say sir
Yea the dead stir,
And this, nor this, is shade, the landed crow,
He lying low with ruin in his ear,
The cockrel's tide upcasting from the fire.

Now
Say nay,
So star fall,
So the ball fail,
So solve the mystic sun, the wife of light,
The sun that leaps on petals through a nought,
the come-a-cropper rider of the flower.

Now
Say nay
A fig for
The seal of fire,
Death hairy-heeled and the tapped ghost in wood,
We make me mystic as the arm of air,
The two-a-vein, the foreskin, and the cloud.

Dylan Thomas

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Now

I sit here on the 2nd floor
hunched over in yellow
pajamas
still pretending to be
a writer.
some damned gall,
at 71,
my brain cells eaten
away by
life.
rows of books
behind me,
I scratch my thinning
hair
and search for the
word.

Charles Bukowski
Es así de simple: un poeta pide a los libros que amó y que le inquietaron protección para su hijo en los años venideros. En el otro poema, por el contrario, el poeta pide a su hijo que cuide de los libros en el futuro. Es decir, que los lea.

Roberto Bolaño

martes, agosto 02, 2011

Antón

No tenían hijos ni mayores motivos para verse. Antón impuso un tono cauto para tratar cualquier asunto, dolido por su incapacidad de hacer el ridículo en la última tarde que pasaron juntos, de rendirse ante las lágrimas, las súplicas que hubiera querido pronunciar. Curiosamente le incomodó que Susana adoptara ahora ese lenguaje seco, casi cívico. Leyó con precipitación las frases claras, sin dobleces posibles, y tuvo que releerlas para cerciorarse de que no implicaran nada más. Susana iba a Xalapa a visitar a la familia de una amiga muerta (en la nerviosa lectura inicial entendió que iba a ver una muerta), esa amiga había sido su socia, su compañera de vida. ¿"Todavía te dicen Antón"?, preguntaba con aire distraído cuando ya salía de la carta, como si ella ya se hubiera curado de otros nombres. Antón no, más de cincuenta años con ese mote irrenunciable. Galia, tan joven, tan reordenadora, quiso decirle Antonio, pero los amigos de siempre, las frases hechas que imitaba con su talento de actriz, la regresaron al apodo, otra vez Antón, sus costumbres.

El anillo de Cobalto, La casa pierde. Juan Villoro