martes, junio 02, 2009

Ella no está 

(diálogo)

L – ¿Bueno?

R- Qué pasó ¿No te despierto?

L - No, bueno, ya casi me iba a dormir. Estaba aquí haciendo unas cosas. ¿Ya se fueron todos?

R - Si, hace poco. Se acaban de ir los últimos, los tuve que correr, ya andaban bien pedos, además eran unos cabrones que ni conozco, ya ni supe quién los trajo…

L – Pensé que seguiría hasta el amanecer ¿Te metiste algo? Suenas alterado.

R - Pues…si, unas líneas inofensivas, nada grave.

L -Nada grave…

R – ¿Estás solo?

L – Si. ¿Por? (una mano femenina acaricia el rostro de L.)

R – Por nada, estaba pensando en ir a verte.

L – ¿Estás consciente de que son las tres de la mañana?

R – De todas formas sigues despierto.

L - ¿Para qué quieres venir?

R – No se…para platicar.

L – Podemos platicar por teléfono, además en la peda ni me pelaste.

R –Ya, no seas mamón, es sólo que tenía ganas de hablar con alguien sin necesidad de sonreír o decir salud cada cinco minutos.

L – No suena a que estés muy bien. Pero tampoco deberías manejar, no estás en condiciones.

R – He estado en peores y llegado más lejos.

L – Si quieres puedo ir a tu casa.

R – Las casas de fiesta son deprimentes cuando se vacían. El piso está pegajoso.

L – Mejor deberías de limpiar en vez de andar saliendo a estas horas.

R – Pero no quiero limpiar sólo, más bien el pedo es que no sé dónde está E.

L –¿Cómo? ¿Perdiste a tu esposa en la fiesta de tu propia casa? (L. recibe un silencioso beso en la frente, la mujer sale por la puerta)

R – Pues no está. ¿Sabes algo de ella?

L - ¿Yo? No, nada. Casi no platiqué con ella hoy. ¿Se pelearon?

R – No que yo sepa, aunque estuvo algo distante. La dejé de ver desde que te fuiste más o menos.

L – Pues no me dijo nada cuando me despedí de ella.

R – ¿No la viste con alguien más?

L – Estaba sola cuando me despedí.

R – Ya estoy medio preocupado cabrón.

L – Tranquilo, seguro regresa en un rato, sólo un malentendido.

R - ¿Pero a qué carajos saldría a las tres de la mañana?

L – ¿Ya viste si Miper esta ahí? Igual lo sacó a pasear. Igual se enojó de que andabas de coco. Igual te vio con otra vieja…

R – No creo, no me vio haciendo nada.

L – ¿Has escuchado del sexto sentido femenino?

R – Esas son pendejadas.

L – ¿Ya checaste si esta el perro?

R – Es lo que estoy haciendo, no lo veo.

L – Seguro que sacó al perro, además, si dices que andabas ahí haciendo mamadas.

R – No creo, más bien la dejé de ver desde hace rato, pensé que tal vez se había ido contigo.

L – No, para nada. ¿Por qué habría de estar conmigo?

 R - A ver espérame, creo que ya llegó.

L – Ya ves wey, y seguro trae al perro.

R – Si, ya llegó, y efectivamente viene con el perro. Pues bueno, voy a ver qué pedo, disculpa las horas.

L – No es molestia, más bien buena suerte, a ver si no te toca chinga (L. cuelga y se tropieza con un tazón en el piso de la cocina, toma un vaso con agua y vuelve a la cama).

Sacaojos

 “Tráeme doscientos de mota y dos de las nuevas pastillas rojas” solicitó Roco al teléfono.

- Dos Dutos y doscientos de hierba. Quinientos en total mi hermano. ¿A las ocho en el bar?

- Ya estás, ahí nos vemos.

Duto era el nuevo producto que habían desarrollado los cárteles mexicanos, una pastilla de ingredientes ignorados pero efectos mitificables. Tenía unos meses de haberse esparcido por distintos sectores sociales, desde que el gremio del narco se había unido a nivel nacional la inversión en investigación y desarrollo de sus productos superaba al presupuesto de varios países, los resultados se veían en drogas más fáciles de esconder, con mejores y más prolongados resultados, bajos costos, reducción de efectos secundarios. Al poco tiempo ya era considerada por muchos la droga perfecta.

Roco había invitado a salir a una compañera de la Universidad, Regina. Habían pactado salir el viernes, probar un par de pastillas de Duto y dejar que la noche hablara por sí sola. Roco no estaba tan interesado en probar la novedosa droga, de hecho no era un consumidor asiduo pero la mujer le parecía muy atractiva, razón suficiente para experimentar. El plan había sido apalabrado el martes y a partir de ese día no pudo dejar de pensar en el asunto, las expectativas subían y bajaban por sus vértebras, el calendario se prolongaba con frsutrante e inusual parsimonia.

Roco llamó a Beto para que lo acompañara al bar. Beto ya había probado el Duto y tenía más experiencia en el trato con vendedores de drogas, quedaron de verse a las siete para tomarse unas cervezas previas a la transacción. Beto estudiaba Administración; aunque no le apasionara la academia asistía a clases para evitar el reclutamiento, la guerra contra el narco dejaba cada día más muertos, sobre todo del lado del ejército, y no parecía tener fin, llevaban así casi una decada y la desesperación en las filas verdes se hacía notar.

Antes de salir de casa, Roco no pudo contener la ganas de darle las buenas noticias a Regina Desde que obtuvo su teléfono se había sentido tentado a marcar o mandar un mensaje, aunque fuera para saludar, pero siempre se arrepentía al último segundo, no quería parecer muy insistente y ahuyentarla. Sin embargo, eran buenas noticias, merecían ser anunciadas. Temió de nuevo ser demasiado entusiasta, así que mando un mensaje en vez de llamar: Todo indica que este viernes será Duty free. Se sintió estúpido después de enviar el mensaje.

Regina lo llamó.

- ¿Ya los conseguiste?

-  No, bueno sí, en eso ando, ahorita voy a ir por ellos, quedé a las ocho.

- ¿Dónde?

- En un bar, ahí me quedé de ver con el tipo que me las va a vender

- ¿Cuál bar?

- ¿Por qué? ¿Quieres venir?

- No, sólo pregunto, no me gusta lidiar con los vendedores, no me gusta su tipo.

- A mi tampoco. Quedamos en el Bar Mosca, en la esquina de la dos y la nueve.

- ¿No quieres que te vea para darte dinero?

- No, ya iba de salida, además estos van por mi cuenta.

Regina agradeció cariñosamente, aseguró que ya tenía ganas de que fuera viernes y le deseó suerte. Roco se sintió bien, creyó palpar el orgullo desde el profundo inconsciente de todo hombre al traer las provisiones a la casa, el instinto del cazador.

Debido a la llamada llegó con un retraso de unos cuantos minutos. Beto no estaba. Le marco varias veces sin éxito. Beto no era famoso por puntual así que no se preocupó y pidió una cerveza, sentado en la barra imaginó los muslos de Regina, tal vez sonrió en ese momento pero nadie lo vio, al cabo de dos cervezas más y un cigarrillo en la banqueta asumió que tendría que lidiar solo con el vendedor.

Había poca gente en el lugar, desde que se habían regularizado los toques de queda la gente ya no salía mucho. Sólo había una mesa más con tres hombres morenos de mediana edad vestidos con trajes negros. Roco se sentía incómodo bebiendo solo, le atribuía a su condición la sensación de ser observado, Aún así esperó hasta las ocho; volteaba a ver su reloj con frecuencia y salía a la calle a asomarse ocasionalmente con un cigarro apagado en la boca. Desde la entrada del lugar veía con ilusión luces de autos que podían ser de Beto, pero no lo eran. También pensaba que en algún momento tal vez Regina podría aparecer, como una sorpresa, pero eso tampoco sucedió.

A las ocho y cuarto los tres hombres se le acercaron con serenidad, “¿Rodrigo Rodríguez?”. Roco asintió con la cabeza.

- Sí. ¿Por?

- Ya sabemos qué estás buscando pinche chamaco, vas a tener que acompañarnos.

El viernes, varios diarios mostraban entre sus páginas: “Denuncia civil recompensada: reciente táctica en Guerra contra el Narco”. Roco nunca volvió a ver ni a Beto ni a Regina.