Mónica y yo nos conocimos hace cuatro años. Nos metimos a la cama durante horas sin apenas intercambiar nuestros nombres y mucho antes de haber tenido una conversación coherente. El sexo entre los dos fue una intuición de luminosidad. El sexo - el más perfecto y simple al que se puede aspirar, como beber agua pura sin pagar la botella de pet - nos reveló que habría entre nosotros un lazo visceral más sólido que cualquier otro compromiso que tuviéramos con el mundo. Un vínculo tan hondo que, en mis pesadillas, se parece al incesto.
"Canción de tumba", Julián Herbert.