Pretérito simple
Fueron racimos de promesas y palabras escamosas, estrafalarias risas de desconocidos, en lugares igual de desconocidos; fue su olor a piel mojada, a piel quemada, al perfume con promesa de extinción. Fueron, también, semanas de llanto, días de orgasmos, estrepitosas huidas y, una que otra vez, mi cabeza en la pared. Fue el atisbo de felicidad como conejo eléctrico de galgos, aún cuando el perro se cansa de perseguirlo vuelve para tentar: un diente de león a cuentagotas, paciente espera por la mordida. Al final las memorias se reciclan, una cerveza fría es igual a las demás, esté quien esté para decir salud, los labios se adhieren al vaso buscando lo mismo, el brindis se olvida con la distancia del día siguiente, algunos labios también. El mágico momento en una cabeza es rutina para la otra, lo que para unos es amor es trabajo para las putas, pero la más puta es la memoria, que se ofrece al mejor postor, que se resigna y suplanta al mínimo estímulo, que contrasta y deshecha, una puta fina pero vulgar, una puta que todos aman. Y ahí queda la memoria, aislada en la mente individual, una alcancía de monedas sin valor, que cada uno guarda cual tesoro de galeón hundido, una versión más de lo que fue.
Qué importa si lo que fue no dejó de ser, si el pasado en un texto es más bien un pretexto, si lo que el camello carga en la joroba en realidad no es agua, sino whiskey o pus. Qué importa todo si sólo lo puedo recordar.