Vómito nocturno
La compañía succiona, desafortunadamente puede ser necesaria, o eso nos hace creer mientras está, mientras se sienta frente a ti con las piernas abiertas y te muestra la entrepierna mojada. Pero eso no es nada. Sin importar qué tan mojada esté, es una ilusión, sin importar el amor o la eternidad que declame. Ni esa ni ninguna. El nacimiento individual condena a la muerte solitaria, y ni los gemelos se salvan. El universo se manifiesta a través de casualidades, de incongruencias que hacen sentido en contextos absurdos, que ridiculizan un tiempo de vida lleno de dolor. Las memorias alegres son para formatos viejos, para el VHS y BETA, para la Polaroid de una mamada en el Cine Teresa, o un café en Bucareli, o una caminata sobre el Paseo Escultórico de CU. La felicidad precede a la felicidad. Tú no fuiste nada para ella, ni para nadie. Tú no fuiste. Por más que grites y exclames, y tengas orgasmos en un atardecer, o lloren sobre tu hombro estrujando. No eres, ni importas. Sin azotes cristianos ridículos, ni trompetillas que soplen confeti, sin fuegos artificiales, mariachis o flores. No importas. Ni tú, ni yo. Para qué, se pregunta el pragmático. Sin embargo, incluso él cree encontrar la verdad en esa absurda compañía, en la seguridad de cariño, de importar para alguien, a sabiendas de lo falaz que es. Cómo va a importar el producto de una cogida fulminante, paridora de muerte y más muerte. Nada puede salir bien de entre las piernas de una mujer, de una verga parada. Nada más que bocas que alimentar, bocas asesinas y mentirosas por naturaleza. Y en eso confiamos valores civiles y románticos, ilusos deseos condenados. Mejor tener un perro. O a nadie. En todo caso a un perro. Eso o besar larvas en el espejo.