Es el rostro la imagen clave de la identidad, a manera de carta de presentación, la facia humana presenta las características introductorias del individuo, el color y forma de los ojos, el ángulo y anchura de la nariz, el tamaño de las orejas, el grosor de los labios, la altura de los pómulos. El juicio que desborda de todos estos factores es integral, es decir, surge de la armonía que existe entre estos componentes, la distancia entre ellos puede dictar la conclusión de una mujer con cara de elefante pero una mirada penetrante.
Dentro de este campo visual, más allá de lo evidente, existe una facción más íntima que sólo se asoma si la ocasión o el propio individuo lo permite, es la importante y, no tan sencilla, lectura entre lineas de la carta de presentación: la dentadura. Una hilera de sólidos cadetes que, a primera instancia, tienen la vital función de triturar, aunque en realidad ocntengan tanta información como el conjunto facial.
La importancia del asomo más evidente de la estrucura ósea es tal, que en el ahora existe una gran preocupación de su corrección estética, importante recalcar esta parte para no incluirlo en los servicios públicos de salud de los estados supuestamente más avanzados o, como los colmillos, los más incisivos.
Mientras borran la esencia dental del individuo, los dentistas abogan por un orden militar en la boca, filas perfectas, blancas y simétricas que no hacen más que hablar de lo espantosa que puedo haber sido la sonrisa de esa persona antes de invertir su dolor, dinero y tiempo en la alientante corrección.
Abogemos pues, por la dentadura maltrecha del vagabundo, los valientes dientes frontales de la secretaria que se arrojan para embarrarse de labial, las piezas oscurecidas que el fumador se labró calada a calada, las ventilas bucales del mecánico al que apodan 'el comepiedras'. Abogemos por la vuelta de la identidad dental para empezar, y no sigamos reforzando la mordida del borrego civil.
.saludos