martes, marzo 10, 2009

El crápula perdido

 

 

En este negocio el que no es poeta o novelista de tercera persona se quedó colgado del trapecio en el aire fuera del circo. Qué más da. ¡Cómo va a saber un pobre hijo de vecino lo que están pensando dos o tres o cuatro personajes! ¡No sabe uno lo que está pensando uno mismo con esta turbulencia de cerebro va a saber lo que piensa el prójimo! ¡Al diablo con la omnisciencia y la novela!

Fernando Vallejo

 

Hace falta una especie de Henry Miller mexicano. Claro, está Fernando Vallejo, que no es mexicano pero aquí vive y en algo se le puede parecer, pero no basta. Hace falta un escritor mexicano que sea muy sexual, si se puede homosexual mejor, que sea un gran argumentador anticlerical, antigubernamental, antifamiliar; que repudie la reproducción, los días feriados, los millonarios mal habidos, los jodidos pedinches, el narcotráfico, el rancio nacionalismo, la concentración mediática, las megaurbes, el campo idealizado, el PAN, el PRI, el PRD y los demás, el centralismo, el provincialismo, el analfabetismo, la moral latinoamericana, los hipócritas discursos mediáticos, políticos, civiles e individuales, que esté enojado pues, incluso consigo mismo. Que sus críticos de mentes encandiladas lo tachen de misógino, de vulgar, de anárquico, de fascista, de comunista, de pornográfico, de escandaloso, de inconveniente, de indecente, de indecoroso, de burlón, de exagerado, de pesimista, de existencialista, de malinchista, de pretencioso, de envidioso, de resentido, de irrespetuoso y por supuesto, de puto.

            Hace falta un Miller o un Vallejo que hablen desde el ‘yo’ sin miedo, que su ficción no viva en la tercera persona de un pueblo reemplazable de cualquier país latinoamericano, es más, que su ficción no parezca ficción. Que sus personajes no se basen en arquetipos regionales: la puta, el padre, el presidente, el asesino; esos ya nos los sabemos. Que denuncie desde el ‘yo’ todo lo que le sucede alrededor, que material no le faltará. Que no acepte premios ni le de la mano al presidente, al contrario, que lo mande a la chingada y sea coherente. Que de viejo no reciba homenajes, o mejor aún, que no llegue a viejo y muera de alguna enfermedad de transmisión sexual, de algún vicio exagerado o de un suicidio solitario. Pero que antes de eso no sea ni embajador, ni agregado cultural, ni rector, ni parte del consejo de Letras Libres. Que no se desgaste intentando estar en los banquetes de intelectuales y artistas, si se puede, que no crea en estos términos. De preferencia, que no sea ni del DF, de Guadalajara o Monterrey y si lo es que no sea de sus centros ni de sus colonias ricas. Que si lo entrevistan para la televisión le teman, o que ni siquiera lo quieran invitar. Que sus padres no sean ni adinerados, ni escritores, ni famosos ni se autodenominen artistas. Que publique por montón y que sea versátil: que brinque del cuento a la poesía sin dejar de ser igual de enérgico. Que no respete a Borges ni a Rulfo ni a Paz ni a García Márquez ni a Fuentes ni a Cortázar. No que tenga algo en contra de ellos, o tal vez sí contra más de uno, pero que no tenga el más mínimo interés en seguirlos reproduciendo.

            Un escritor que en sus novelas de primerísima persona no tema mencionar los nombres de sus familiares y conocidos, que no limite la explicitad de sus encuentros sexuales, que no disimule su sentir. Vaya, un escritor mexicano que no se autocensure, ni por su moral, ni por sus conocidos, ni por una convocatoria, ni por dinero, mucho menos por su editorial o su mujer (u hombre). Pero sobre todo, que no se autocensure por miedo.

            Un autor que se defienda por si solo, sin generación, sin ‘boom’ ni ‘crack’ ni nada. Que esté consciente de sí mismo, de la historia, de la naturaleza, de la suya y la de su país. Que se ría de todo, pero no como alternativa nerviosa sino con humor deliberado, a veces negro a veces rojo, sin caer en el albur fácil ni en la ironía inmediata. Que no escriba sobre la Revolución Mexicana a sus cien años. Que no le tema a la muerte. Que no por ser el Miller mexicano intente imitarlo a toda costa, o más, que deteste esta burda comparación.

            Este escritor imaginario seguramente sería asesinado, amenazado, censurado o expulsado del país, o por su propio pie se iría para después volver entre chiflidos, o no. Probablemente pasaría desapercibido, no tendría espacios para publicar y moriría enfermo, hambriento y solo. De ser así tal vez este escritor ya vivió y ya murió muchas veces sin ser leído. Mientras tanto, como lector, seguiré esperando la siguiente crítica simplona de Sheridan, la crónica musical de Villoro, el ‘nuevo’ cuento rulfiano. Si no eso, más de lo mismo, más de los mismos.  Con tanto que queda por decir.

.saludos