Buen muchacho
Él era el consentido de la maestra, iba en quinto de primaria. La maestra lo obligó a espiar al niño más lépero del salón, para reportárselo al director. El director, de rostro caído y orejas larguísimas, lo mandó a llamar a los dos días. Le pidió que le dijera al oído todas las malas palabras que había escuchado de su grosero compañero. Él se acercó y dijo tembloroso “nalgas”. El director lo tomó del brazo y le indicó que lo susurrara, sugiriendo sutilmente que tales palabras eran impronunciables en voz alta, sólo en voz alta. El niño puso sus pequeño labios dentro de la enorme oreja del director, y retomó la lista “nalgas, pito, pedo, puto, cabrón, pinche”. Qué niño! Exclamó el director, que después preguntó si también decía frases. El niño le dijo que no entendía a qué se refería con las frases. El director explicó que algo compuesto, más largo, un enunciado digamos. Como chinga tu madre? Respondió el niño. Justo así, ven, dime. Se volvió a acercar al director. El niño pensó por un tiempo mientras hacía un ruido parecido a un zumbido, apretando la boca. Chinga tu culo, vete a la mierda…no sé. Respondió el niño. Entonces el director le pidió, encunando sus enormes manos, que dentro de ellas le mostrara las groserías que hacía con la mano su compañero. El niño, temeroso, metió su mano en las del director, ahí le mostró la señal de pito y la de güevos. El director reprobó meneando la cabeza y con una exhalación fuerte. El niño sacó la mano de la cueva de falanges rápidamente, y dudoso le hizo el ademán característico de chinga tu madre. El director se mostró sorprendido y volteó a ver a la maestra, que presenciaba el acto desde el marco de la puerta. Agradeció a la maestra y, cual médico escribiendo su receta, firmó un reporte para el niño en cuestión, se lo dio a la maestra y delicadamente le dio unas palmaditas al niño espía. Buen muchacho.