martes, diciembre 20, 2011
A pesar del oscuro silencio
Amada, estás presente a pesar del oscuro silencio.
Jorge
martes, noviembre 22, 2011
Mate a su jefe: renuncie
Viajé con L a Buenos Aires en diciembre del año pasado en busca de los libros que ya no encontramos en México, del cine que aquí nunca veremos (el de Alex de la Iglesia, por ejemplo) y del talante ácido, inconforme, arriesgado del porteño post corralito. Estaba huyendo, en suma, de la frivolidad imperante de la literatura mexicana, en cuyos tentáculos comenzaba a enredarme estúpidamente. Había caído en una trampa y lo sabía: después de varios años de escritura silenciosa y de miseria funcional, adquirí de pronto un trabajo y un horario y un sueldo fijo en una legendaria revista contracultural que había caído en manos de un nuevo empresario, es decir, que había caído en desgracia. Mercadería desesperada y a menudo obscena, desprecio soterrado hacia el pensamiento y la literatura (“ésta –me decían todos los días—no es una revista para intelectuales”), culto al pop más ramplón: ningún heroísmo era posible entre sus páginas. Muy pronto me sentí perdida: me había equivocado de lugar. No sólo eso, trabajaba de mala gana cerca de diez horas diarias en medio de un ambiente más bien asfixiante y lleno de falsas pretensiones, respondiendo a intereses que no sólo no eran los míos, sino que contradecían violentamente varios años lectura sostenidas a pulso. En medio del desánimo dejé de escribir y comencé a sentirme enferma. Los domingos sólo quería ver partidos de la liguilla y comer pollo rostizado frente al televisor. Me había convertido en el vivo retrato de lo que Adorno llamó “el monstruoso aparato de la distracción”: hordas de hombres acumulando jornadas de trabajo, para obtener su cuota de vacío en “el ínfimo paraíso de los fines de semana, donde la gente comulga en la fatiga y el embrutecimiento” (Vaneigem). El día que tuve que entrevistar a Juanes supe que estaba tocando fondo.
Tal vez por eso, en cuanto llegué a Buenos Aires la basura que se acumulaba en sus calles (había una huelga municipal) me pareció hermosa. Ahí todo ocurría de un modo distinto, con más librerías, mejor cine nacional, más literatura (proliferante, incisiva, vigorosa), menos glamour de por medio. Ahí la cultura no parecía un objeto de lujo en disputa ni una carrera burocrática ni un desierto mediatizado. Ahí la literatura te saltaba encima como las moscas, o sea, como algo natural y ligeramente incómodo y perturbador. Lo mismo sucedía con las revistas que no aspiraban a la newyorkización ridícula ni tenían anuncios en couché en el setenta por ciento de sus páginas, sino escritura e ingenio y sentido del humor y falta de respeto por las convenciones culturales. Eso era como volver al anonimato, es decir, a la literatura real.
Una tarde, mientras caminábamos por el Microcentro hacia San Telmo (era domingo y las calles estaban desiertas, sucias), encontré sobre un muro descascarado un esténcil que parecía apuntarme con el dedo: “MATE A SU JEFE: RENUNCIE.” Se trataba del rostro de Mr. Burns, el capitalista siniestro de los Simpsons, asomando la nariz entre el cochambre de la ciudad. Me quedé helada, como si bruscamente todos mis sentimientos ocultos hubieran encontrado en él una expresión nítida: renunciar, eso debía hacer al volver a México. Tomamos una foto de Mr. Burns (en realidad, tomábamos fotos de todos los esténciles: nos habíamos convertido en turistas de los muros) y nos marchamos.
Como ocurre con todos los libros que han dejado una impresión turbulenta en nuestro ánimo, no he dejado de preguntarme desde entonces en dónde radicaba el poder de aquella frase. Tal vez, lo pienso ahora, en que proclamaba no sólo la revolución contra los checadores de tarjeta, sino el alzamiento contra la frustración autoimpuesta y el estancamiento. Pero lo mejor de todo era que, en medio de una de las peores crisis de desempleo en Argentina, la pinta tenía la desfachatez de promover la renuncia en masa. No se trataba de ironía, sino de un revival del “NO TRABAJE NUNCA”, la proclama situacionista que apareció en los muros de París en el Mayo del 68, lanzando una crítica extrema hacia el carácter insaciable de la economía de mercado, donde la productividad es esclavitud bajo la apariencia de una dicha pasajera. En tales circunstancias, renunciar es un acto de libertad, una batalla de la vida y el placer contra la coerción del trabajo.
No es extraño que una pinta así apareciera en el “París de América”. Durante la década de los noventa, Buenos Aires se ostentó como la capital latinoamericana del rat race, compitiendo absurdamente con Londres, Nueva York y Roma, las ciudades más caras del mundo donde es necesario trabajar quince horas diarias para pagar un cuarto-ratonera. La supervivencia había sustituido a la vida, pero de todos modos la juventud, la burguesía ilustrada, los escritores, los amantes del shopping parecían felices entre tanto confort de ensueño. Quizá por eso, la debacle porteña encarnó tan plástica y trágicamente la corrosión del bienestar contemporáneo y la fragilidad de sus falsas aspiraciones.
Vivian Abenshushan
sábado, noviembre 19, 2011
M.L. Estefanía
miércoles, noviembre 09, 2011
Una perversa Ítaca de olores
en camisón, descalza, despeinada,
blanda y mimosa de haber sido amada,
tibia de sábanas y mal despierta.
Y respirar en tu pechera abierta
la leve y tenebrosa bocanada
que sube de tu sexo caldeada
oliendo a pozo y algas y agua muerta;
oliendo a hongos metálicos, a fosa,
a sombra macerada, a exangüe yodo,
a fiebre en pena, a fósiles humores,
a exhaustos émbolos y a cal mucosa
-y añorar todo el día de este modo
una perversa Ítaca de olores.
Tomás Segovia
jueves, noviembre 03, 2011
El mundo ya no es digno de la palabra
miércoles, octubre 26, 2011
Un aire jazzeado
Tal vez no ame a nadie en particular dijo
mientras miraba a través de los cristales
(La poesía ya no me emociona) - ¿Qué? Su amiga
levantó las cejas Mi poesía (Caca)
Ese vacío que siento después de un orgasmo
(Maldita sea, si sigo escribiendo llegaré a sentirlo
de verdad) La verga parada mientras se desarrolla
el Dolor (Ella se vistió aprisa. Medias
de seda roja) Un aire jazzeado una manera de hablar
(Improviso, luego existo, ¿cómo se llamaba ese tipo?)
Descartes Caca (Qué nublado, dijo ella,
mirando hacia arriba Si pudieras contemplar
tu propia sonrisa Santos anónimos Nombres
carentes de significado
VI
Nadie te manda cartas ahora Debajo del faro
en el atardecer Los labios partidos por el viento
Hacia el Este hacen la revolución Un gato duerme
entre tus brazos A veces eres inmensamente feliz
VII
En la sala de lecturas del Infierno En el club
de aficionados a la ciencia-ficción
En los patios escarchados En los dormitorios de tránsito
En los caminos de hielo Cuando ya todo parece más claro
Y cada instante es mejor y menos importante
Con un cigarrillo en la boca y con miedo A veces
los ojos verdes Y 26 años Un servidor
Roberto Bolaño
Fragmento de Siete poemas breves, publicado en Le Prosa. México, 1981.
viernes, octubre 21, 2011
El patriota en lo escencial
Carlos Monsiváis en el prólogo de México, de Alfonso Reyes, 2005.
martes, octubre 18, 2011
Presencia
¿Qué va a quedar de mí cuando me muera
sino esta llave ilesa de agonía,
estas pocas palabras con que el día,
dejó cenizas de su sombra fiera?
¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera
esa daga final? Acaso mía
será la noche fúnebre y vacía
que vuelva a ser de pronto primavera.
No quedará el trabajo, ni la pena
de creer y de amar. El tiempo abierto,
semejante a los mares y al desierto,
ha de borrar de la confusa arena
todo lo que me salva o encadena.
Más si alguien vive yo estaré despierto.
José Emilio Pacheco
Un agujero negro se despierta tragándose una estrella Agosto 2011 (noticia del espacio exterior)
somos la vida
cabello largo
y ojeras
somos la vida
podemos confiar en nuestros hermanos
podemos confiar en que la muerte
aguante la respiración
somos la vida
entonamos las calles con pintura
estamos entonando un sol
que viene a nuestros hombros
somos la vida
abriéndose paso como un viento atroz
entre el humo y la intoxicación
somos la vida
el amor nos debe muchos favores
y el cariño otro tanto
por eso defendemos nuestro capital con ternura
somos la vida
nos debatimos entre el aire la tierra
entre el agua y los pastos
no nos vamos a quedar aquí sentados
sin hacer nada
vamos a trazar el cielo
contra los ladrones de sueños
nuestros sueños son repelentes a las balas
somos la vida
otra vez
vamos a mirar las estrellas
aunque tengamos que volar sobre las ciudades
aunque recorramos miles de kilómetros
llegaremos a aguas claras en movimiento
porque somos la vida
y no debemos cuentas sino a la muerte
vamos a exigirle a la lluvia
un nuevo gobierno
y vamos a exigirle a los ríos
una nueva educación
somos la vida
encontraremos en nuestros pulgares
a cada uno de los nuestros
y en los otros pinceladas emocionantes
delirantes
desbordantes a su manera
porque somos la vida
y no hay ventana grande ni país perfecto
ni canción que no sea un pequeño contrabando de los corazones
somos la vida
y vamos a guardar todo el mutismo en nuestro corazón
y vamos a gritar entre las estrellas y los árboles
en las calles
en las ciudades firmamento
que una mente secreta
es una nueva conspiración
Yax Kin Melchy
miércoles, agosto 03, 2011
Now Now Say nay, Man dry man, Dry lover mine The deadrock base and blow the flowered anchor, Should he, for centre sake, hop in the dust, Forsake, the fool, the hardiness of anger. Now Say nay, Sir no say, Death to the yes, the yes to death, the yesman and the answer, Should he who split his children with a cure Have brotherless his sister on the handsaw. Now Say nay, No say sir Yea the dead stir, And this, nor this, is shade, the landed crow, He lying low with ruin in his ear, The cockrel's tide upcasting from the fire. Now Say nay, So star fall, So the ball fail, So solve the mystic sun, the wife of light, The sun that leaps on petals through a nought, the come-a-cropper rider of the flower. Now Say nay A fig for The seal of fire, Death hairy-heeled and the tapped ghost in wood, We make me mystic as the arm of air, The two-a-vein, the foreskin, and the cloud. Dylan Thomas --------------------------------------------------------------------------------- Now I sit here on the 2nd floor hunched over in yellow pajamas still pretending to be a writer. some damned gall, at 71, my brain cells eaten away by life. rows of books behind me, I scratch my thinning hair and search for the word. Charles Bukowski |
martes, agosto 02, 2011
jueves, julio 28, 2011
El sexo en siete lecciones
1. Gozo y tortura
que el Tártaro yel Cielo
-uña de carne- desempeñan.
Al sexo y su desorden milagroso,
a su perfecto matrimonio; ,
de beso y abrelatas, sucumbimos.
A la gloria del sexo,
a su desenfrenado latrocinio,
su avaricia impecable,
alto, cedemos.
2. Y por estar a flote,
por ser la superficie de la espuma en la piel,
por ser lo más visible y general,
por ser el más común lugar del paraíso visitado,
el sexo, lo evidente,
lo que a todos iguala,
lo esencial-sabia era Eva,
ingenuo Segismundo-,
por ser el sexo algo tan real,
lo único real acaso,
sólo se existe y vive a su merced.
No es reducible el sexo a números ni a ciencia,
no es cosa comprensible,
no es natural ni humano
y la divinidad lo desconoce.
Lo real no está sujeto a inquisición.
3. El tiempo escaso por costumbre
y, por la costumbre, frágil,
no basta para el amor
y es demasiado para el sexo.
Pero si en sexo se midiera el tiempo
si el sexo -el gozo, mejor dicho- fuera
una unidad de tiempo,
sería la más pequeña
que el reloj pudiera imaginar,
la apenas registrable,
el átomo del tiempo.
4. Ni el denodado goce de los cuerpos,
ni el carnívoro roce de las bocas,
ni las fieras sensuales de los dedos,
ni las mejillas ardorosas,
ni el sudor refrescante de los pechos
-su rima encantadora-,
ni el tacto delicioso de los muslos,
ni la plata del pubis,
ni las caudas azules y viriles,
son suficientes para el sexo.
La plena saciedad misma, no basta.
Lacios los cuerpos tras el goce, exhaustos,
bebidos uno a otro hasta las plantas,
sueñan, despiertos, con el sexo.
Sólo han probado, sólo empiezan a hervir.
La saciedad más absoluta
es siempre, apenas, el principio.
5. El cuerpo es siempre virgen para el sexo.
El cuerpo siempre, Paul, recomenzando.
Y el cuerpo eterno, el fiero eterno cuerpo
muere antes que el sexo.
6. Y nada de que el sexo
sólo con amor es sexo.
El sexo es siempre amor,
nunca el amor es sexo.
El amor no es amor,
el sexo es el amor.
No hay sexo sin amor
pero hay amor sin sexo, y no lo es.
Todo amor sin sexo es corruptible.
Sólo una advertencia:
es ya desgracia conocida
que el sexo y el amor no sean posibles
sino con personas,
con almas y con cuerpos de cuatro dimensiones,
con seres existentes,
y nunca con fantasmas o sombras pasajeras,
mucho menos con plantas o gallinas.
7 (y última). El sexo es una cosa
que se embellece cuando se la mira.
Y la prostitución es su magnífico revés,
su negación perfecta,
su ausencia depresiva.
El sexo es este Dios moldeado
por su más portentosa y vil creatura.
miércoles, julio 20, 2011
lunes, julio 11, 2011
Freeze!
by Etgar Keret
Suddenly I could do it. I’d say “Freeze!” and everyone would freeze, just like that, in the middle of the street. Cars, bikes, even those little motor scooters delivery guys use, they’d all stop in their tracks. And I’d walk past them till I found the prettiest girls. I’d tell them to drop their shopping bags or I’d take them off a bus, bring them home and fuck their brains out. It was great — it was really, really great. “Freeze!” “Come here!” “Lie down on the bed!” And after that, wham-bam. The girls I had were incredible, centerfold material. I felt fantastic. I felt like a king. Until my mother butted in.
She told me she didn’t completely approve. I told her there was nothing not to approve of. I tell the girls to come and they come. It’s not as if I rape them or anything. “God forbid,” my mother said. “It’s just that there’s something very impersonal about it. Unemotional. I don’t know how to explain it, but I have this gut feeling that you don’t really connect with them.” So I told my mother that she could keep her gut feelings to herself. She said something and I said something and she said something back and I said “Freeze!” and left her standing there in the middle of Reiness Street in the pouring rain. Since then, it hasn’t been the same. What she said suddenly bothered me, about my not connecting. I kept fucking the girls, but now I didn’t feel connected. Everything was ruined. At first I thought it was the sounds. So I’d say, “Make sounds.” And the girls would make all kinds of sounds: Mickey Mouse, jackhammers, political impersonations. It was a nightmare. I had to demonstrate the actual words I wanted them to say. “Aaaah, aaaah,” “That’s so good,” “Harder.” That kind of stuff. And they’d repeat them when we were fucking, but always in my intonation. “Oh, oh, please don’t stop. I’m coming,” they’d say, lying there on their backs with their eyes glazed. I could tell they were lying and it made me so mad I could’ve strangled them. “If you don’t mean it,” I yelled a few times, “don’t say it,” but I still couldn’t get it up. It was depressing — it was really, really depressing
Except that then, knowing they were there just because I told them to be started to bug me. This feeling — this brain wave — hit me out of the blue. I was walking down Reiness Street, where it hits Gordon, and there was my mother, still standing there where I left her looking apologetic, and suddenly I got it: This wasn’t the real thing. It never would be. Because none of those girls really appreciated me. None of them wanted me for who I really am. And if they weren’t with me for who I was, then what was the point? From that moment on, I decided to stop and start hitting on girls the normal way. It sucked. It blew the big one. Girls I used to fuck standing up in the street, leaning on a mailbox, wouldn’t even give me their numbers. They’d tell me I had bad breath, or I wasn’t their type, or they had a boyfriend, or something. It was grim — it was really, really grim. But I wanted a genuine relationship so badly that even though the temptation to go back to fucking like I used to was enormous, I didn’t give in.It took me a while before I realized what was fucking everything up. The trouble was, I kept on being too specific. So at some point, I figured that out and then I started giving them more general directions like, “Act like you’re really enjoying it,” and when the feeling they were faking it started to bother me, I’d just say, “Enjoy it.” It was terrific — it was really, really terrific. They’d scream. They’d dig their nails into my back. They’d say, “You’re the best.” Can you see what I’m describing? Models, air hostesses, weather girls — in my bed. Telling me I’m the best.
After three months of living hell, I saw that gorgeous girl from the cider ads walking right down Ibn Gvirol Street. I tried to make conversation. Then I tried to make her laugh. Then we walked past a florist, so I tried flowers — but she wouldn’t even turn around. When we got to Rabin Square, there was a little Mazda waiting for her with a male model at the wheel, the one from the potato chip ads. She was about to get into his car and drive away. I didn’t know what to do, and without even realizing what I was doing, I yelled “Freeze!” She stopped in her tracks. Everyone did. I looked around at all the people frozen there like that. I looked at her, and she was just as beautiful as she was on the commercials. I didn’t know what to do. On the one hand, I couldn’t, I just couldn’t let her go. On the other, if she was going to be with me, I wanted it to be for who I am — because of my inner self, not because I ordered her to. And that’s when I got it. The solution just came to me. Like an epiphany. I took her hand, I looked into her eyes and I said, “Love me for who I am, for who I truly am.” Then I took her back to my apartment and fucked her like a madman. She screamed and dug her nails into my back and said, “Do it to me, oh yes, do it to me.” And she loved me. No shit, this was the real thing. She loved me for who I am.
sábado, mayo 14, 2011
—Quisiera morir arrastrando un recuerdo bondadoso.
—Quisiera morir disuelto en un paisaje.
—Quisiera morir en el fulgor de una idea, momificado entre los claros términos de un silogismo.
—Quisiera morir silenciosamente, sin dejar una huella, como muere una música lejana en un oído inatento.