miércoles, diciembre 01, 2010
domingo, noviembre 28, 2010
ANIMALS
Have you forgotten what we were like then
when we were still first rate
and the day came fat with an apple in its mouth
it's no use worrying about Time
but we did have a few tricks up our sleeves
and turned some sharp corners
the whole pasture looked like our meal
we didn't need speedometers
we could manage cocktails out of ice and water
I wouldn't want to be faster
or greener than now if you were with me O you
were the best of all my days
[1950]
AVE MARIA
Mothers of America
let your kids go to the movies!
get them out of the house so they won't know what you're up to
it's true that fresh air is good for the body
but what about the soul
that grows in darkness, embossed by silvery images
and when you grow old as grow old you must
they won't hate you
they won't criticize you they won't know
they'll be in some glamorous country
they first saw on a Saturday afternoon or playing hookey
they may even be grateful to you
for their first sexual experience
which only cost you a quarter
and didn't upset the peaceful home
they will know where candy bars come from
and gratuitous bags of popcorn
as gratuitous as leaving the movie before it's over
with a pleasant stranger whose apartment is in the Heaven on Earth Bldg
near the Williamsburg Bridge
oh mothers you will have made the little tykes
so happy because if nobody does pick them up in the movies
they won't know the difference
and if somebody does it'll be sheer gravy
and they'll have been truly entertained either way
instead of hanging around the yard
or up in their room
hating you
prematurely since you won't have done anything horribly mean yet
except keeping them from the darker joys
it's unforgivable the latter
so don't blame me if you won't take this advice
and the family breaks up
and your children grow old and blind in front of a TV set
seeing
movies you wouldn't let them see when they were young
[1960]
Frank O'Hara
sábado, noviembre 27, 2010
Lo que comen los vecinos
Hay algo muy sospechoso sobre la casa de al lado. En la hilera de portones de madera que se forma detrás de las banquetas sucias, el suyo permanece cerrado durante el día. De noche entran los sinrostro: personas que de una u otra forma cubren su identidad facial. Con bufandas, gorros o mascadas, los anónimos se aproximan y amenazan desde la sombra que los protege y siempre, a unos pasos antes de que crucemos camino, dan una vuelta militar y desaparecen por el portón de esa casa. Hace unos meses vi a dos mujeres con rostro, dos putas que llegaron en un taxi. Yo venía con la cena en las manos y presencié la bienvenida que, fríamente, les dieron los sinrostro indicándoles el camino y cerrando el portón. Varias horas más tarde salí por algo al coche, el taxi seguía ahí. El chofer, a pesar de las trompetas mariacheras que alcanzaban a salir de los vidrios del auto, emitía unos ronquidos estridentes. Las putas seguían adentro. A la mañana siguiente vi al taxista salir encabronado y solo, pero sobre todo consciente de que algo no estaba bien, que el dinero que no le pagarían no importaba ni lo que le diría el supervisor del sitio, tampoco le preocupó lo que le diría su esposa cuando llegara con las manos vacías y que las operadoras del sitio, unas pinches viejas chismosas, le contaran que había ido a dejar a dos putas sin reportar más pasajeros el resto de la noche. Al taxista lo que le preocupaba eran las putas. Porque el taxista había visto a aquellos seres ocultos bajo las sombras. Porque sabía que ellas jamás saldrían del lugar y que por más que estacionara fuera, no había nada que pudiera hacer para ayudarles, que era demasiado tarde y que, desde el momento en que cerraron el portón de madera, sintió un temor que le impedía tocar siquiera el claxon, mucho menos acercarse a la puerta del lugar. Cosas así he visto por el acceso frontal de la casa. Por detrás, nuestros terrenos se cruzan caprichosamente como piezas de Tetris. En su jardín hay: dos patos, uno blancuzco y el otro negro, alguna fuente en ruinas y una maleza accidentada. El lugar da escalofríos. De día, por supuesto, no hay movimiento alguno en el jardín. De noche las aves hacen ruidos, con sus picos pagan el pato sin poder volar.
Desde la noche de las putas no he visto más descensos, no he visto a más personas con una cara identificable entrar por el grueso portón de madera. A los taxis, en cambio, no he dejado de verlos esperar por las noches e irse en las mañanas, completamente despavoridos.
martes, noviembre 09, 2010
Porque habito un susurro como un velamen,
una tierra donde el hielo es una reminiscencia,
el fuego no puede izar un pájaro
y quemarlo en una conversación de estilo calmo.
Aunque ese estilo no me dicte un sollozo
y un brinco tenue me deje vivir malhumorado,
no he de reconocer la inútil marcha
de una máscara flotando donde yo no pueda,
donde yo no pueda transportar el picapedrero o el picaporte
a los museos donde se empapelan asesinatos
mientras los visitadores señalan la ardilla
que con el rabo se ajusta las medias.
Si un estilo anterior sacude el árbol,
decide el sollozo de dos cabellos y exclama:
my soul is not in an ashtray.
Cualquier recuerdo que sea transportado,
recibido como una galantina de los obesos embajadores de antaño,
no nos hará vivir como la silla rota
de la existencia solitaria que anota la marea
y estornuda en otoño.
Y el tamaño de una carcajada,
rota por decir que sus recuerdos están recordados,
y sus estilos los fragmentos de una serpiente
que queremos soldar
sin preocuparnos de la intensidad de sus ojos.
Si alguien nos recuerda que nuestros estilos
están ya recordados;
que por nuestras narices no excogita un aire sutil,
sino que el Eolo de las fuentes elaboradas
por las que decidieron que el ser
habitase en el hombre,
sin que ninguno de nosotros
dejase caer la saliva de una decisión bailable,
aunque presumimos como las demás hombres
que nuestras narices lanzan un aire sutil.
Como sueñan humillarnos,
repitiendo día y noche con el ritmo de la tortuga
que oculta el tiempo en su espaldar:
ustedes no decidieron que el ser habitase en el hombre;
vuestro Dios es la luna
contemplando como una balaustrada
al ser entrando en el hombre.
Como quieren humillarnos, le decimos
the chief of the tribe descended the staircase.
Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos.
En esas vitrinas alternan el maniquí con el quebrantahuesos disecado,
y todo lo que ha pasado por la frente del hastío
del búfalo solitario.
Si no miramos la vitrinas charlan
de nuestra insuficiente desnudez que no vale una estatuilla de Nápoles.
Si la atravesamos y no rompemos los cristales,
no subrayan con gracia que nuestro hastío puede quebrar el fuego
y nos hablan del modelo viviente y de la parábola del quebrantahuesos.
Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los puertos
y que hunden en sus baúles un chirriar
de vultúridos disecados.
Ellos no quieren saber que trepamos por las raíces húmedas del helecho
-donde hay dos hombres frente a una mesa; a la derecha, la jarra
y el pan acariciado-,
y que aunque mastiquemos su estilo,
we don't choose our shoes in a show-window.
El caballo relincha cuando hay un bulto
que se interpone como un buey de peluche,
que impide que el río le pegue en el costado
y se bese con las espuelas regaladas
por una sonrosada adúltera neoyorquina.
El caballo no relincha de noche;
los cristales que exhala por su nariz,
una escarcha tibia, de papel;
la digestión de las espuelas
después de recorrer sus músculos encristalados
por un sudor de sartén.
El buey de peluche y el caballo
oyen el violín, pero el fruto no cae
reventado en su lomo frotado
con un almíbar que no es nunca el alquitrán.
El caballo resbala por el musgo donde hay una mesa que exhibe las espuelas,
pero la oreja erizada de la bestia no descifra.
La calma con música traspiés
y ebrios caballos de circo enrevesados,
donde la aguja muerde porque no hay un leopardo
y la crecida del acordeón
elabora una malla de tafetán gastado.
Aunque el hombre no salte, suenan
bultos divididos en cada estación indivisible,
porque el violín salta como un ojo.
Las inmóviles jarras remueven un eco cartilaginoso:
el vientre azul del pastor
se muestra en una bandeja de ostiones.
En ese eco del hueso y de la carne, brotan unos bufidos
cubiertos por un disfraz de telaraña,
para el deleite al que se le abre una boca,
como la flauta de bambú elaborada
por los garzones pedigüeños.
Piden una cóncava oscuridad
donde dormir, rajando insensibles
el estilo del vientre de su madre.
Pero mientras afilan un suspiro de telaraña
dentro de una jarra de mano en mano,
el rasguño en la tiorba no descifra.
Indicaba unas molduras
que mi carne prefiere a las almendras.
Unas molduras ricas y agujereadas
por la mano que las envuelve
y le riega los insectos que la han de acompañar.
Y esa espera, esperada en la madera
por su absorción que no detiene al jinete,
mientras no unas máscaras, los hachazos
que no llegan a las molduras,
que no esperan como un hacha, o una máscara,
sino como el hombre que espera en una casa de hojas.
Pero al trazar las grietas de la moldura
y al perejil y al canario haciendo gloria,
l'etranger nous demande le garçon maudit.
El mismo almizclero conocía la entrada,
el hilo de tres secretos
se continuaba hasta llegar a la terraza
sin ver el incendio del palacio grotesco.
¿Una puerta se derrumba porque el ebrio
sin las botas puestas le abandona su sueño?
Un sudor fangoso caía de los fustes
y las columnas se deshacían en un suspiro
que rodaba sus piedras hasta el arroyo.
Las azoteas y las barcazas
resguardan el líquido calmo y el aire escogido;
las azoteas amigas de los trompos
y las barcazas que anclan en un monte truncado,
ruedan confundidas por una galantería disecada que sorprende
a la hilandería y al reverso del ojo enmascarados tiritando juntos.
Pensar que unos ballesteros
disparan a una urna cineraria
y que de la urna saltan
unos pálidos cantando,
porque nuestros recuerdos están ya recordados
y rumiamos con una dignidad muy atolondrada
unas molduras salidas de la siesta picoteada del cazador.
Para saber si la canción es nuestra o de la noche,
quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes de Eolo.
Quieren que saltemos de esa urna
y quieren también vernos desnudos.
Quieren que esa muerte que nos han regalado
sea la fuente de nuestro nacimiento,
y que nuestro oscuro tejer y deshacerse
esté recordado por el hilo de la pretendida.
Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria
y que la primera flauta se hizo de una rama robada.
Nos recorremos
y ya detenidos señalamos la urna y a las palomas
grabadas en el aire escogido.
Nos recorremos
y la nueva sorpresa nos da los amigos
y el nacimiento de una dialéctica:
mientras dos diedros giran mordisqueándose,
el agua paseando por los canales de los huesos
lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso
de la tierra que no está navegada,
donde un alga despierta digiere incansablemente a un pájaro dormido.
Nos da los amigos que una luz redescubre
y la plaza donde conversan sin ser despertados.
De aquella urna maliciosamente donada,
saltaban parejas, contrastes y la fiebre
injertada en los cuerpos de imán
del paje loco sutilizando el suplicio lamido.
Mi vergüenza, los cuernos de imán untados de luna fría,
pero el desprecio paría una cifra
y ya sin conciencia columpiaba una rama.
Pero después de ofrecer sus respetos,
cuando bicéfalos, mañosos correctos
golpean con martillos algosos el androide tenorino,
el jefe de la tribu descendió la escalinata.
Los abalorios que nos han regalado
han fortalecido nuestra propia miseria,
pero como nos sabemos desnudos
el ser se posará en nuestros pasos cruzados.
Y mientras nos pintarrajeaban
para que saltásemos de la urna cineraria,
sabíamos que como siempre el viento rizaba las aguas
y unos pasos seguían con fruición nuestra propia miseria.
Los pasos huían con las primeras preguntas del sueño.
Pero el perro mordido por luz y por sombra,
por rabo y cabeza;
de luz tenebrosa que no logra grabarlo
y de sombra apestosa; la luz no lo afina
ni lo nutre la sombra; y así muerde
la luz y el fruto, la madera y la sombra,
la mansión y el hijo, rompiendo el zumbido
cuando los pasos se alejan y él toca en el pórtico.
Pobre río bobo que no encuentra salida,
ni las puertas y hojas hinchando su música.
Escogió, doble contra sencillo, los terrones malditos,
pero yo no escojo mis zapatos en una vitrina.
Al perderse el contorno en la hoja
el gusano revisaba oliscón su vieja morada;
al morder las aguas llegadas al río definido,
el colibrí tocaba las viejas molduras.
El violín de hielo amortajado en la reminiscencia.
El pájaro mosca destrenza una música y ata una música.
Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse,
el bosque es para nosotros una serafina en la reminiscencia.
Cada hombre desnudo que viene por el río,
en la corriente o el huevo hialino,
nada en el aire si suspende el aliento
y extiende indefinidamente las piernas.
La boca de la carne de nuestras maderas
quema las gotas rizadas.
El aire escogido es como un hacha
para la carne de nuestras maderas,
y el colibrí las traspasa.
Mi espalda se irrita surcada por las orugas
que mastican un mimbre trocado en pez centurión,
pero yo continúo trabajando la madera,
como una uña despierta,
como una serafina que ata y destrenza en la reminiscencia.
El bosque soplado
desprende el colibrí del instante
y las viejas molduras.
Nuestra madera es un buey de peluche;
el estado ciudad es hoy el estado y un bosque pequeño.
El huésped sopla el caballo y las lluvias también.
El caballo pasa su belfo y su cola por la serafina del bosque;
el hombre desnudo entona su propia miseria,
el pájaro mosca lo mancha y traspasa.
Mi alma no está en un cenicero.
Retrato de don Francisco de Quevedo
Sin dientes, pero con dientes
como sierra y a la noche no cierra
el negro terciopelo que lo entierra
entre el clavel y el clavón crujiente.
Bailados sueños y las jácaras molientes
sacan el vozarrón Santiago de la tierra.
Noctámbulo tizón traza en vuelo ardientes
elipses en Nápoles donde el agua yerra.
Muérdago en semilla hinchado por la brisa
risota en el infierno, el tiburón quemado
escamas suelta, tonsurado yerto.
En el fin de los fines ¿qué es esto?
Roto maíz entuerto en el faisán barniza
y en la horca se salva encaramado.
lunes, octubre 25, 2010
ON A CERTAIN LADY AT COURT
- I know a thing that's most uncommon;
- (Envy, be silent and attend!)
- I know a reasonable woman,
- Handsome and witty, yet a friend.
- Not warp'd by passion, awed by rumour;
- Not grave through pride, nor gay through folly;
- An equal mixture of good-humour
- And sensible soft melancholy.
- 'Has she no faults then (Envy says), Sir?'
- Yes, she has one, I must aver:
- When all the world conspires to praise her,
- The woman's deaf, and does not hear.
viernes, octubre 22, 2010
Esto puede entenderse metafóricamente pero apunta en todo caso a un temperamento que no ha renunciado a la visión pueril como precio de la visión adulta, y esa yuxtaposición que hace al poeta y quizá al criminal, y también al cronopio y al humorista (cuestión de dosis diferentes, de acentuación aguda o esdrújula, de elecciones: ahora juego, ahora mato) se manifiesta en el sentimiento de no estar del todo en cualquiera de las estructuras , de las telas que arma la vida y en las que somos a la vez la araña y la mosca.
Julio Cortázar
lunes, octubre 18, 2010
martes, septiembre 07, 2010
nada tiene de mí más todavía,
sino los ojos que la ven vacía,
despojada de mí, de ella sujeta.
La vida no se ve ni se interpreta;
ciega asiste a tener lo que veía.
No es, ya pasada, suyo lo que cría
y ya no goza más lo que sujeta.
Es el eterno gozo quien apura
el ocio vivo y la pasión futura.
Sobreviviendo a su interior abismo,
el amor se obscurece y se suprime,
y mira que la muerte se aproxime
a la vana insistencia de mí mismo.
Among the multitude
- Among the men and women the multitude,
- I perceive one picking me out by secret and divine signs,
- Acknowledging none else, not parent, wife, husband, brother, child, any nearer than I am,
- Some are baffled, but that one is not--that one knows me.
- Ah lover and perfect equal,I meant that you should discover me so by faint indirections,And I when I meet you mean to discover you by the like in you.
- Walt Whitman
domingo, septiembre 05, 2010
martes, agosto 31, 2010
lunes, agosto 30, 2010
In the suburbs I
I learned to drive
And you told me we'd never survive
Grab your mother's keys we're leavin'
You always seemed so sure
That one day we'd fight in
In a suburban world
your part of town gets minor
So you're standin' on the opposite shore
But by the time the first bombs fell
We were already bored
We were already, already bored
Sometimes I can't believe it
I'm movin' past the feeling
Sometimes I can't believe it
I'm movin' past the feeling again
Kids wanna be so hard
But in my dreams we're still screamin' and runnin' through the yard
And all of the walls that they built in the seventies finally fall
And all of the houses they build in the seventies finally fall
Meant nothin' at all
Meant nothin' at all
It meant nothin
Sometimes I can't believe it
I'm movin' past the feeling
Sometimes I can't believe it
I'm movin' past the feeling and into the night
So can you understand?
Why I want a daughter while I'm still young
I wanna hold her hand
And show her some beauty
Before this damage is done
But if it's too much to ask, it's too much to ask
Then send me a son
Under the overpass
In the parking lot we're still waiting
It's already passed
So move your feet from hot pavement and into the grass
Cause it's already passed
It's already, already passed!
Sometimes I can't believe it
I'm movin' past the feeling
Sometimes I can't believe it
I'm movin' past the feeling again
I'm movin' past the feeling
I'm movin' past the feeling
In my dreams we're still screamin'
We're still screamin'
We're still screamin'
domingo, agosto 15, 2010
La importancia de llamarse Jorge López
Esa mañana Jorge López se levantó 13 minutos antes que lo habitual. Se sirvió un cereal con malvaviscos de colores pastel. Cuando terminó de rescatar a cucharadas los grumos restantes, reparó en la mezcla de colores ondulando en la leche. Distintos paisajes se desplegaban en aquel tazón, dibujaban espirales y describían curvas hermosas. Nunca había notado tal armonía en su desayuno. Como era preciso de lunes a viernes, estuvo en su trabajo de 9 a 3, para sentirse solamente un Jorge López más. A la hora de la comida decidió ir al buffet chino, solo. Contó sus monedas y recorrió dos largas cuadras industriales. Apenas terminó su tercer platillo bañado en salsa agridulce, Jorge pidió la cuenta. La mesera, una china de dentadura aterradora, le entregó su deuda con una galleta de la suerte. El papelito de la fortuna dictaba:
“El camino viejo ha llegado a un final. ¡No esperes lo ordinario!
Número de la Suerte 12, 13, 17, 19, 37, 38“
Después de completar su jornada laboral, Jorge caminó a la estación buscando un autobús que lo llevara a casa, en donde lo esperaba un cactus seco y un refrigerador medio vacío. En la noche recién caída, los autobuses levantaban polvo y se iban sin un pasajero inadvertido. Jorge se apresuró a una cantina a la que nunca había entrado. Se acercó a la barra y pidió una cerveza clara. “Bien muerta” le recordó al cantinero.
El cantinero envolvió la botella en una servilleta que se adhirió al vidrioso y gélido cuerpo. Colocó violentamente un tarro sobre la barra y sirvió con desinterés, con el desinterés de conocer la vida de un Jorge López más. El tarro, naturalmente, se llenó de espuma burbujeante con un ligero atisbo de líquido amarillento al fondo. Jorge intentó lanzar una mirada de reclamo al cantinero, pero éste ya atendía a un hombre evidentemente norteamericano sentado a un par de bancos de distancia, así que volvió la mirada a la espuma que se daba a borbotones. Esperaba beber su cerveza fría y la espuma caprichosa parecía desbordarse en lugar de ceder. En sus burbujas, Jorge notó la fuerza dolorosa de una piel quemada y, al mismo tiempo, recordó el patrón de movimiento de una nube nocturna. La espuma ascendía desde el fondo del vaso para darle paso a una bebida fría que empujaba. Cuando Jorge estaba a punto de dar el primer sorbo, el norteamericano se acercó con sobrada confianza:
– ¿Jorge López? –entonó pronunciando las erres con anglosajona inflexión.
–¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre, pinshi gringo? –reclamó Jorge.
– Tranquilo amigo, soy Jon Smith, vine a su país para platicar con usted –aclaró el gringo. Jorge dio su primer trago a la cerveza y miró al tal Jon sobre la curva del tarro.
– ¿Qué quiere, pues? –se atrevió a preguntar. Jon metió su mano al bolsillo y sacó una galleta de la suerte rota por la mitad.
–Mire la fortuna –sugirió el gringo mientras extendía el papelillo. Jorge leyó de soslayo exactamente la misma inscripción que en su galleta de esa tarde.
– No esperes lo ordinario –dijo en voz alta el gringo, que se notaba intranquilo pero certero en sus palabras. –Lo que le voy a decir le sonará extraño –continuó Jon –vengo de un grupo de personas ordinarias, personas con nombres que, como el suyo y el mío, son usados a diario por empresas, gobiernos, bancos, escuelas, películas. You name it. Todas esas compañías saben que existes porque ellos te crearon –Jon hizo una pausa para tragar saliba. –Pensarás que soy un gringo loco, pero tal vez no serías quien eres si te llamaras Ernesto o Rodrigo, tal vez tu vida no sería tan vacía.
– ¿Y tú qué sabes de mi vida? –replicó Jorge ligeramente sobresaltado pero con auténtica curiosidad y temor por que pudiera responder la pregunta.
– No necesito saber mucho, yo soy como tú, y así somos muchos, pero no tantos como pensarías –Jon se detuvo y bebió de su cerveza, clara también. –Los que saben todo son ellos. Yo sólo vengo a decirte que tengas cuidado, estas compañías quieren que te mantengas siendo ordinario. Si intentas hacer algo distinto te puedes meter en problemas.
Esa misma noche Jorge soñó que leía en una sección perdida del periódico una nota sobre un hombre muerto a manos de un norteamericano que se dio a la fuga. El periodista daba cuenta de que el cuerpo carecía de identidad y reclamo. Jorge sabía que ese hombre era él, aunque lo que más le llamó la atención fue que la fotografía mostraba desde lejos al cuerpo cubierto por una manta. Los pies apuntaban al cielo en un horizonte que, si bien se desplegaba en blanco y negro, era claramente un amanecer muy colorido.
Insomnio
Hace varias semanas, en una noche fresca y cadenciosa, me invadió una zozobra que no me dejó dormir sino hasta las cinco de la mañana. El desvelo me hizo faltar al trabajo y ese mismo día me despidieron con un amable correo electrónico. Me quedé sin ingresos, mis bolsillos raquíticos me alejaron de bares y restaurantes que se habían convertido en un lujo incosteable. El teléfono dejó de sonar, ya no era invitado a lugares a los que de antemano no iría. Con la renta vencida y la despensa a medio hacer, pasaba el día solo, sentado en un sillón de la sala. Todavía no entiendo por qué me gustaba ese sillón, si era el más incómodo y al único que no le daba el sol a ninguna hora.
Desde la noche de desvelo me hacía falta algo. Pasaba el tiempo viendo la televisión apagada. De vez en cuando abría un libro para escuchar balbuceos lejanos en el fondo de mi cabeza. Calentaba comida en el microondas con el afán de un coleccionista de vasos de unicel. La computadora sólo me servía para mostrar una inmutable bandeja de entrada. También dejé de recibir correos desde aquella noche, pero no sólo eso, había algo más, algo que me había dejado liviano pero aprisionado. En el buscador nada me provocaba curiosidad. La falta de avidez por algo, lo que fuera, era consecuencia, tal vez, de una sensación de saberlo todo. En el fondo entendía las respuestas a esas preguntas indescifrables, lo entendía porque era parte de ellas. Aun así no me interesaba. Debajo de la aparente soberbia yacía un temor infantil, el que sentía cuando acompañaba a mi madre al supermercado y la perdía de vista. No recordaba lo que había hecho durante el insomnio que me trajo hasta aquí. Sentía que llevaba sentado en el sillón un tiempo incuantificable. Esto me aterraba.
Hasta en mis sueños aparecía sentado ahí, frente a la pantalla en negro. Pasaron semanas, tal vez meses, no podría decir a ciencia cierta. En mis sueños no podía moverme, tenía las manos entumidas como artrítico y –aunque mis ojos permanecieran cerrados– veía poco más allá de mi nariz y hasta el ángulo de mis sienes. Estos sueños me atormentaban por repetitivos: no sucedía nada. Sin embargo, no se sentían como pesadillas, pues carecían de autoflagelación y paranoia, tampoco tenía delirios de persecución. Sólo estaba en la sala buscando algo con la mirada, una mínima señal. Y nada. Después de dormir por semanas avancé en mi sueño, me enfoqué en la televisión, que cada vez estaba más lejos. Escuchaba el teléfono sonar en otra casa, a más de una cuadra. El silbido del viento desértico hacía eco y murmuraba en la calle para después filtrarse por detrás del televisor. El viento se silenció cuando, al poco tiempo, advertí mi reflejo en la pantalla. Me acerqué y comprobé que estaba completamente podrido, muerto sin duda alguna. Sin dolor ni arrepentimientos: la muerte es dulce, pero su antesala cruel. No sé si el sueño, esa engañosa realidad en la que puedo levantarme del sillón, lo siga teniendo hasta que alguien entre quejándose por el olor, cuando mi madre llame en navidad y no conteste o cuando mis más profundos dolores mueran también. Tal vez eso o estoy condenado. Hay cosas que no sé.