jueves, agosto 09, 2007

Aisladas grutas internas

No lloro, pero soy muy llorón. Siempre ha sido una misteriosa e inexplicable reacción humana esa de llorar, las razones siempre son interesantes, el morbo que genera el llorón en los demás y el ridiculo e inofensivo rostro de aquel que derrama lagrimas.

Recuerdo con detalle casi cada ocasión que termino con la cara salada, asi de aislados e intensos son los casos, uno de los primeros que recuerdo es en preprimaria, durante el recreo me caigo y me pego en la frente, un pequeño pero doloroso raspón desactiva mis lagrimales y da inicio al show entre todos los niños que observan con miedo y morbo. Ah! Llorar en frente de otra persona, que cosa tan desagradable, no hay situación tan incomoda e indefensa en la que me pueda encontrar.

Una de las maestras me tomó en brazos y me dió una de las primeras lecciones de nacionalismo simbólico, rapidamente rompió un brazo de los magueyes que había ahí plantados a un lado, extrajo la sávila y me lo puso sobre la herida "con esto te vas a poner bien". La mexicanísima planta y su juguito me curaban y se convertían en una burbuja que me protegía de aquél circulo que me veía como si fuera yo el hombre elefante, pero uno muy chillón.

La muerte, por el otro lado, ha sido algo que nunca me ha empujado al llanto. Mi tio Pancho murió cuando yo rodeaba la decena de años, el primer velorio al que asistía, ese día es borroso, obscuro y lejano, llegamos cuando estaban a punto de meter la caja a uno de esos espacios para los cuerpos en la pared, era como en el tercer piso asio que usaron una grúa para subirla, mis primas lloraban insconolables a un lado, mi tia perdía la mirada, como si sus ojos fueran huecos, muchos sufrian del momento, la gran despedida. Entendía que no vería a mi tio nunca más, tan cariñoso y bromista que era, de rostro bonachón y grande, me sentía muy triste pero más que eso, me sentía culpable de no poder ser parte de aquella lloradera, no entendía que era lo que me imposibilitaba motrar mi solidaria tristeza a través de mis húmedos ojitos. La culpa sustituía a la tristeza, asi mi ego se preocupaba por mi infantil imagen en el día que el tio Pancho se volvió un constante sentimiento de culpa para mi.

Lloro aproximadamente dos veces al año, a veces más, muy pocas menos. Cuando eso sucede desquito todas aquellas ocasiones que me contengo, es imposible parar, el ritual usualmente consiste en encerrrarme en el baño y observar mi irreconicible semblante, tan irracional, tan inconrtolable. Cuando alcanzo ese punto las razones por el llanto son tantas, se desencadenan como ventanas de una computadora con virus y cada una trae imagenes que sueltan la salada cascada.

Al final de esas eternas sesiones de llanto, el alivio es impresionante, la satisfacción que deja limpiarme la cara, volverme a reconocer en el espejo, respirar y ver que ahi sigo pero más ligero, me hace pensar que las lagrimas son drogas interinas, placebos de los sensibleros y venenos de la razón, no me gusta llorar, pero soy un llorón.

saludos